Sentido Comun
Tomado de “Lenguaje y Sentido Común. Las bases para la formación del discurso dominante”, de Alejandro Raiter. Bs. As. Editorial Biblios, 2003
A modo de conclusión. (pag. 178, 202)
Cuando comenzamos este trabajo dijimos que había sido motivado por la preocupación por entender por qué vastos sectores de la población parecían no comprender cuestiones que nos parecían elementales, y/o discernir por qué sectores sociales entienden de modo diferente los mismos hechos o dichos, y extraen –por lo tanto- conclusiones total o parcialmente dispares.
La noción de sentido común aparecía como respuesta elemental a esta preguntas:
la “gente” tiene sentido común y es desde este sentido común como analiza, entiende o lee los hechos y dichos.
Ésta es una de las definiciones de sentido común, la que utiliza Gramsci:
un conjunto de creencias ancestrales, folclóricas, incoherentes, que no forma una concepción inconsistente de la realidad, aunque no lo parezca en la vida cotidiana. Estas creencias serían relativamente incontrastables con la experiencia.
Claro que es sólo una de las posibles acepciones del sintagma nominal (o frase) “sentido común”, porque hay otras, como el “núcleo de buen sentido”, que harían a una comprensión no teórica de la vida, pero racional de acuerdo con intereses comunes.
Esta explicación dejaba muchas cuestiones pendientes, como la distinción que realiza, de hecho, entre “gente” y otro tipo de miembros de una comunidad lingüística, como los filósofos en general, o los ya incorporados al partido (en el caso de Gramsci), los que han estudiado y poseen cierto grado de “cultura”, los conscientes, los “racionales”, los políticos, los antropólogos, los sociólogos, los que saben. Un emisor adjudica a otro u otros ser “gente” –que serían miembros de la comunidad lingüística poseedores sólo de sentido común- cuando se construye como un enunciador que se coloca por fuera, superior, poseedor de saberes que los demás no tienen, pero a quienes puede interpretar. Los políticos dicen defender los intereses de la gente, los periodistas les acercan los problemas de la gente a los políticos (Raiter 1999)
También quedaban otras cuestiones por aclarar, como creencia, saber, cuál es el lugar de ese conocimiento ancestral y cómo cambiaba, ya que algunos no lo poseían; la misma noción de comunidad lingüística quedaba cuestionada.
Entender dos cosas diferentes ante un mismo estimulo lingüístico es – para nosotros, y explicaremos por qué- un problema de significado detectado en el uso del lenguaje; es decir que si ante un enunciado del tipo “debemos prepararnos para entrar a un mundo globalizado”, algunos miembros de la comunidad lingüística interpretan que se reducirá su nivel de vida mientras que otros piensan que serán propietarios de automóviles último modelo, quiere decir que se han construido dos significados de un único conjunto de significantes organizados en un sintagma (de una serie finita de fonemas, de un conjunto idéntico de lexemas, de una oración, de una proposición, etc.). Si entendemos, como Verón (1984), que dentro de una sociedad no sólo importan los hechos sino el significado que esos hechos tienen en el todo social, es decir, en tanto signos, podemos afirmar exactamente lo mismo del significado de los estímulos lingüísticos.
Ahora bien, este planteo inicial: dos grupos sociales entienden cosas diferentes ante un mismo estímulo lingüístico, nos coloca en el lugar del uso del lenguaje, en entender cómo se establecen los significados en los intercambios lingüísticos. Colocarnos en los intercambios, eventos comunicativos, es prestar atención nos sólo a los mensajes o formas lingüísticas sino a cómo circulan, cómo se producen, cómo se interpretan. Asimismo, si nos ocupamos del problema de por qué se entiende algo diferente de un mismo estímulo es porque hemos observado empíricamente que este fenómeno se produce. Fenómeno que no es atribuible solamente al contexto de interacción; los contextos espectáculo televisivo, acto político, películas en el cine o vídeo, lectura de un libro, no garantizan un mismo significado para todos los participantes ante un mismo mensaje. Los autores que hemos mencionado –y otros que no llegamos a nombrar- nos hablan de conocimientos previos, memoria enciclopédica, presupuestos, diferencias sociales, etc., para explicar por qué se pudo haber producido este fenómeno. Nosotros hemos explicado el funcionamiento del sentido común en una comunidad como base para el establecimiento de significados diferenciados entres sus miembros. Además, hemos mostrado por qué y cómo se producen las diferencias en los contenidos del sentido común.
El establecimiento de significados en el uso del lenguaje es, en principio, un problema individual: cada uno de los participantes de un evento comunicativo, cada miembro de la comunidad lingüística, debe construir un significado a partir de los estímulos que recibe. Mostramos el mecanismo que permite establecer los significados en el individuo: el sistema de creencias, biológicamente (¿) dado. Explicamos su funcionamiento y diferenciamos con claridad qué entendemos por mecanismo (biológico) y contenidos del sistema (sociales y culturales).
Sin embargo, una vez establecido cómo se construyen individualmente los significados a partir de los estímulos lingüísticos, debimos mostrar cómo se comparten con los otros hablantes del dialecto en una comunidad. Caracterizar “significado” desde el uso lingüístico es un sinsentido si nos limitamos a cada miembro de la comunidad. Mediante la acción comunicativa se intercambian y difunden los contenidos individuales, se establece en sentido común, depositario de los significados, de los contenidos que fijan las referencias para establecer significados. A su vez, desde el sentido común se distribuyen (parcialmente) los significados de una comunidad hacia el individuo. En el sentido común coexisten significados disímiles y hasta contradictorios.
En el párrafo anterior afirmamos que los significados se construyen, pero esta afirmación obedece a nuestras conclusiones más que al relato de cómo investigamos nuestra preocupación original. ¿Por qué no utilizamos, entonces, para otorgar significado, asignar una representación, interpretar una oración? Porque estas variantes parecerían indicar que un sujeto hace algo para “darle” a un conjunto de sonidos, en lugar de incorporar ese conjunto de sonidos para hacer algo –de modo inconsciente- en su mente.
Como nosotros aceptamos que entender es construir activamente significados, debimos reseñar qué entiende la lingüística por significado, qué avances hicieron y qué caminos se siguieron para intentar determinarlos. No nos hemos preocupado por qué significa ‘significado’, sino por cómo se lo trató en relación con el lenguaje. Al significado se lo expulsó del conjunto de fenómenos que aparecen al emitir o recibir lenguaje, se lo parcializó, se lo separó de los sujetos participantes, se lo incorporó, se le dieron otros nombres. También se lo vinculó y desvinculó de los contextos de aparición de los enunciados, se lo consideró propiedad de las formas lingüísticas, se lo consideró espejo de una realidad ajena al lenguaje, aunque también se lo consideró hacedor de realidades. Nosotros hicimos un pequeño recorrido para mostrar en dónde está, a partir de qué elementos se lo construye, la relación que tiene con los sujetos y con la comunidad. Creemos haber mostrado que, para entender cuál es el significado de una emisión, debemos postular hablantes concretos actuando en una comunidad concreta, en una realidad no fijada para siempre. Definir conceptos es sólo una parte de construir significados: los significados se pelean, se negocian, se imponen; determinadas construcciones se favorecen, otras se impiden.
Debimos rastrear otros aportes que la lingüística tomó, como los de la filosofía analítica, para entender cómo le fue permitido reintroducir a los sujetos en la teoría luego de la expulsión a la que los sometió Saussure. Sin embargo fue el rastreo de aportes de las llamadas sub-disciplinas que la propia lingüística creó, como la etnolingüística, la sociolingüística y la psicolingüística, el que nos permitió trabajar los conceptos de comunidad, de la posibilidad de diferencias dentro de la comunidad y de la actividad mental que los sujetos realizan. En efecto, el hablante que construye –y tiene- significados no es ideal sino real. Sólo oyentes reales permitan no asignarle a la cadena fónica toda la responsabilidad de la significación, sólo oyentes reales en comunidades concretas permiten explicar el cambio histórico del significado además de la variación.
Este rastreo nos permitió –creemos- atacar algunos mitos, mitos que surgieron en el intento de autonomizar el lenguaje de los productores y de las situaciones en las que sucede, como el de la ambigüedad, el de la posibilidad de infinitas lecturas de un mensaje, el de la inexistencia de significados últimos por lo que el significado significa. Si el significado no está sólo en los mensajes –pueden tener más de uno-, ni sólo en los sujetos –porque no son absolutamente “libres” al construirlo-, ¿dónde está?
En este punto volvimos al sentido común, no como reservorio o depósito donde puede colocarse lo que no entendemos, sino como lugar legítimo de residencia del significado.
En primer lugar mostramos mediante la construcción de un modelo qué son los sistemas de creencias; sabíamos que los hablantes no tienen la mente en blanco cuando participan de alguna interacción, pero no sabíamos qué es lo que tenían ni cómo lo tenían. Distinguimos dentro de este concepto el mecanismo (psicológico) de sus contenidos, es decir, la forma de construcción de significados individuales de los significados en sí. Los seres humanos no estamos aislados; ni siquiera tendría sentido hablar de significados si éstos no fueran compartidos: el sentido común es el lugar en donde los significados existen. Aquí también distinguimos entre el mecanismo de funcionamiento (la circulación o el intercambio de signos) de sus contenidos (referencias) histórico-sociales. Los mecanismos de funcionamiento no son sociales, no varían con el tiempo (¿): son dispositivos biológicos, cognitivos; los contenidos varían con el tiempo, claro que de modo no arbitrario ni por casualidad. Luis Althousser (1971) sostiene que la ideología no tiene historia, aunque sí la tienen las ideologías particulares. Hablar de ideología, como de alguna otra forma de representación, al margen del lenguaje, es banal e inconducente.
También hemos discutido algunos conceptos relacionados con los nuestros, con el habermasiano de “imagen del mundo de la vida”; creemos que hemos explicado de modo adecuado en las páginas anteriores por qué este concepto resulta deficitario al manejar la relación entre lo social y lo individual y por qué la razón no puede ser (y no sólo no lo es de modo circunstancial) el único mecanismo de cambio. La descripción de los mecanismos de funcionamiento de los sistemas de creencias y del sentido común permite ver de modo más claro la relación entre lo social y lo individual en el uso del lenguaje, resuelve una tensión señalada por todos los autores. También aclara la relación entre lo idéntico y lo diferente en las lenguas, sin que esta tensión anule la circulación de significados.
La razón –por su parte- no puede ser el único mecanismo de cambio, simplemente porque los significados no se construyen aisladamente unos de otros, y los seres humanos no empleamos la razón en todas y cada una de las interacciones con lo que Habermas llama el “mundo de la vida”
Sentido común y sistemas de creencias son conceptos que permiten la descripción última de sus contenidos, si aceptamos que éstos no son permanentes sino históricos, es decir permanentemente históricos y verdaderos. El concepto de discursos dominante permite establecer cuáles son las referencias sociales para el establecimiento de los significados, los contenidos, en una comunidad determinada.
Finalmente, como no nos conformamos con describir el mundo, mostramos cómo la construcción de una herramienta como el discurso emergente puede servir para el cambio que –como Habermas, modestamente- complete, de algún modo temporal, el proyecto inacabado de la Ilustración.
(El autor hace alusión a que en una comunidad no se puede dejar de considerar el contexto de dominación social; en ella existe más de una visión de la realidad, éstas coexisten, pero una de ellas es dominante; es el “discurso dominante”; que legitiman los intereses de los sectores sociales dominantes)
Funcionamiento del discurso dominante en una comunidad (pag. 175, 178)
El discurso dominante impone, dijimos, los valores aceptados de los signos ideológicos. Cada vez que los miembros de una comunidad lingüística enuncian, ratifican la existencia del discurso dominante y de los valores que éste impone. Cada vez que preguntamos o informamos a nuestros eventuales interlocutores por quién votaremos en las próximas elecciones, cada vez que aconsejamos a nuestros hijos que estudien para estar mejor posicionados ante el mercado laboral, cada vez que informamos o preguntamos si estamos bien vestidos para concurrir a determinado lugar o dónde iremos de vacaciones, estamos ratificando el dispuso dominante, y de aquí deriva su extraordinaria fuerza y vigencia.
El discurso dominante no es, entonces, algo abstracto, ni un mandato ancestral que flota sobre nuestras cabezas, del tipo “no desearás la mujer de tu prójimo”, sino que es algo muy concreto, que usamos en todo momento en que enunciamos.
Cada momento oímos, procesamos y enunciamos el discurso dominante como “materialización de la conciencia”, expresión y refuerzo de las representaciones en nuestro sistema de creencias. Es este discurso dominante el que determina qué es un saber y qué es “una creencia sin fundamento”, como vimos en el punto 31, qué es oportuno y qué no en diferentes contextos para los roles posibles que podemos desempeñar. Sin embargo, es importante destacar que el discurso dominante no ocupa todos los contenidos del sentido común, es decir, que no los reemplaza, siguen existiendo, sólo que calificados por el discurso dominante, con valores diferentes de los que el discurso dominante reafirma. No impide que un miembro de la comunidad lingüística que haya trabajado toda su vida de modo responsable y fiel para un patrón y haya construido la representación (uno no se hace rico trabajando, pero puede calificarla con contenidos del tipo (tuve mala suerte, (mi patrón es un tacaño) o alguno similar. No impide que cualquier participante tenga otros gustos o inclinaciones, pero aquél sabrá de su originalidad o diferencia. La existencia del discurso dominante otorga alguna coherencia a las actitudes y representaciones de una comunidad, porque impone una forma de interpretar los contenidos, impele a la activación (probable) de un circuito de los sistemas de creencias. Trabajar, tener hijos, estudiar, divertirse, tener amigos o hacer deportes rreinterpretado históricamente por el discurso dominante, que a su vez impone los límites de estas actividades.
Algo más sobre la fortaleza del discurso dominante.
Por supuesto que algunos miembros de la comunidad, sobre todo en algunos sectores sociales, pueden estar a disgusto con el discurso dominante; esto puede suceder en diferentes ámbitos o contextos, como la política, la moda, las relaciones interpersonales, la educación, etc. Sin embargo, cada vez que se enuncia un desacuerdo o diferencia, el discurso dominante sale fortalecido: cuando uno niega simplemente un valor determinado está indicando la vigencia de ese valor. Cuando alguien dice, por ejemplo “yo creo que la democracia no es esto”, está reafirmando la presencia valorado: a “esto es la democracia”; si afirmo que “no comparto el ideal actual de belleza” no hago otra cosa –además de marcar mi posición- que ratificar que existe actualmente un ideal de belleza; si alguno afirma furioso que “un presidente no debe comportarse de este modo” (siendo éste una variable cualquiera) estoy reforzando el significado /así se comporta (o puede comportarse) un presidente/. Es decir, al cuestionar con alguna forma los contenidos del discurso dominante, se reafirma la vigencia de esos contenidos. Así, si algún miembro de la comunidad lingüística, en desacuerdo con el discurso dominante actual en lo económico, enunciara “no cree que el mercado sea un buen distribuidor de recursos o dejar en manos del mercado la fijación del nivel de ingresos en un país puede conducir a conflictos”, lo que está afirmando –además de su particular o personal evaluación del mercado- es que /el mercado es un distribuidor de recursos/ o que /fija el nivel de ingresos/.
Lo mismo sucedería en el ámbito de la moda o cualquier otro; cuando alguien dice “no me prendo de la onda retro”, está confirmando que la moda actual toma elementos ya usados y característicos de otra época. El discurso dominante no sólo es, entonces, un eje de referencias que imponen valor a los signos, sino que también legaliza sorbe qué se habla, es decir, lo que verdaderamente está en discusión, aquello de lo que se habla, los temas tabú, etc., poco importa cómo se valoriza lo que se discute, lo importante es sobre qué signos /temas/ se hace.
Cómo se sale de un discurso dominante.
De este modo, un discurso que se pretende opositor, un discurso que se pretende contrahegemónico –para retomar la denominación gramsciana-, que cuestiona las valores dados a los signos que el discurso dominante impone, no hace otra cosa que fortalecer el discurso dominante, se transforma en el discurso opositor del discurso dominante porque discute sobre los mismos signos. El discurso democrático-republicano, actualmente, o el de izquierda, parecen ser sólo discursos opositores del dominante neoliberal. Cada vez que enuncio que “el capitalismo de mercado es injusto” o que “el modelo neoliberal encierra en sí la corrupción”, estoy reafirmando la vigencia del capitalismo de mercado y su modelo de abstención estatal. Un discurso que buscara derrotar al discurso dominante debería cuestionar el sistema de referencia que lo sostiene e imponer sus propios tópicos a discutir: sólo así se convertirá en un discurso opositor al discurso dominante porque éste no podrá calificarlo. Un nuevo discurso dominante implica un sistema de referencias diferente, que reorganice los contenidos del sentido común para que cambien las dominantes en los sistemas de creencias.
No es muy fácil la construcción de un discurso de este tipo. Si bien no parece excesivamente difícil cuestionar referencia, se corre el riesgo de producir enunciados no comprensibles para conjuntos importantes de la población; esto sucede cuando los contenidos de esos enunciados no tienen ninguna cohesión con los del sentido común de una comunidad, en particular con los contenidos de los sistemas de creencias de los miembros de la comunidad pertenecientes a este hipotético grupo poblacional. Para decirlo de otro modo, quien pretendiera la construcción de un discurso de este tipo, si quieres ser efectivo, no debería olvidar que los significados están socialmente distribuidos de modo no igualitario en la comunidad. Es decir que para construir un discurso contrahegemónico no sólo debe procurarse cuestionar los valores de referencialidad del discurso dominante sino además no caer en lo considerado marginal o extraño a la red, a la formación discursiva, como vimos en el ejemplo de McDonalds en el punto 62.
Gilberto Jiménez Montiel (1983) definió lo que considera un discurso emergente: un discurso que funciona como un nuevo eje de referencia, diferente de cuanto ha sido enunciado con anterioridad, que funciona, constituyendo una nueva formación discursiva; lo ejemplifica con el informe que José López Portillo emitiera al iniciar su sexto año de mandato presidencial en México. Nosotros también hemos analizado esta posibilidad para el discurso que Alfonsín pronunciar el 21 de abril de 1985 (Raiter y Menéndez 1986) para el valor de “democracia”. El discurso cristiano, el de la Ilustración y el del marxismo pueden servir de ejemplos históricos de cambio de referencias (también de que estos cambios no son permanentes), aún cuando no podamos encontrar el discurso que produjo este cambio ni recuperar plenamente las condiciones que dieron lugar a su enunciación. Sin embargo, es posible imaginar –desde un punto de vista teórico- la construcción de un discurso emergente, atendiendo a la discusión que dimos. Está claro que no alcanza con pensar el cambio de valor ni atiende a la situación comunicativa, los roles de los participantes y sus respectivas imágenes; es decir que no puede ser pensado sólo en el plano de los enunciados. Tampoco es imposible pensar en que, mediante la actividad comunicativa propia de una comunidad, nuevas referencias entren en circulación y hagan verosímil un cambio, cuando las imágenes construidas por los miembros de la comunidad lingüística sean diferentes de las del mundo de la vida.
El sentido común no es un bloque impenetrable desde la racionalidad. Tiene contenidos que pueden establecerse y mecanismo de funcionamiento perfectamente comprensibles. En tanto social, el mecanismo está siempre activo y es posible trabajar consciente y racionalmente en el cambio de los contenidos. De hecho, la institución escolar se ha desempeñado siempre con la intención de imponer contenidos; a partir de los avances en investigación es posible trabajar para su modificación. No tiene ningún sentido criticar su existencia, ya que la existencia del sentido común no es un problema de decisión individual ni colectiva.
No es suficiente conformarse con el concepto para explicar por qué algunas cosas no son entendidas por conjuntos importantes de la población, o explicar diferentes construcciones a partir de un mismo estímulo. Puede trabajarse para cambiar esos contenidos: cuestionar la referencialidad del discurso dominante es un buen camino.
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