Largo cap 3 2da parte Identidad

Capítulo 3: El Grupo Humano (Ignacio Martín Baró: Estructura, Grupo y Poder, segunda parte)

Esta concepción del grupo nos lleva a examinar los fenómenos gru­pales al interior de la historia de una forma dialéctica. De ahí que los principales parámetros para el análisis de un grupo sean tres: (1) la identidad del grupo, es decir, la definición de lo que es y le caracteriza co­mo tal frente a otros grupos; (2) el poder de que dispone el grupo en sus relaciones con los demás grupos más la significación social de lo que produce esa actividad grupal.

3.1. La identidad grupal

El primer parámetro para definir un grupo es el de su identidad. ¿Qué es este grupo? ¿Cuál es el carácter específico que define su unidad como tal, es decir, cuál es el carácter de su totalidad? Un grupo será una familia, una "barra" de amigos, un club deportivo, un sindicato, un regimiento militar, los miembros de una secta religiosa, los integrantes de un colegio profesional. La identidad de un grupo no significa que todos los miembros posean necesariamente un mismo rasgo; si así fuera, estaríamos de nuevo incurriendo en aquella visión que postula un elemento común a todos los individuos para que formen un grupo. Lo que la identidad grupal requiere es que exista una totalidad, una unidad de conjunto, y que esa totalidad tenga una peculiaridad que permita diferenciarla de otras totalidades. En otras palabras, la identidad de un guipo como tal requiere su alteridad respecto a otros grupos.

Tres aspectos conforman básicamente la identidad de un grupo: (1) su formalización organizativa, (2) sus relaciones con otros grupos, y (3) la conciencia de sus miembros (Martín-Baró, 1988a). Estos tres aspectos pueden ser empíricamente operativizados como indicadores de la identidad de un determinado grupo.

3.1.1. La formalización organizativa

Todo grupo tiene algún grado de estructuración interna, es decir, de institucionalización o regularización tipificada de las acciones de sus miembros en cuanto tales. La formalización organizativa de un grupo se con­creta, ante todo, en la determinación de las condiciones para pertenecer a él. Las normas de pertenencia podrán ser formales o informales, rígidas o flexibles, estables o pasajeras, pero siempre habrá unos criterios que de­terminen en cada momento quién es o puede ser parte del grupo y quién no. Por lo general, conocemos bien las condiciones para que alguien sea considerado como miembro de una familia. Sin embargo, el asunto no es sencillo, ya que las normas de pertenencia familiar pueden variar de cultura en cultura y aun de situación en situación. ¿Qué línea de parentesco, qué grado de proximidad sanguínea, qué tipo de relación es requerida para que alguien sea tomado como miembro del grupo familiar? ¿Es parte de la fa­milia el padrino de bautismo? ¿Lo es el tío paterno, el primo de la madre o el hijo del primo de la madre? ¿Pertenecen al grupo familiar sólo aque­llos que constituyen el núcleo reducido, o pertenecen también todos aque­llos que, por un lado u otro, tienen vínculos de parentesco? No se trata aquí de dar respuesta a esta interrogante, que por cierto constituye material de gran interés para el estudio antropológico de las diferentes formaciones culturales. El punto está en señalar la importancia de determinar en cada caso la identidad de un grupo, que se traduce en unas normas de pertenencia y de exclusión al interior de cada sociedad.

En segundo lugar, la formalización organizativa de un grupo requiere una definición de sus partes, y una regulación de las relaciones entre ellas; en qué medida un grupo tiene divididas las funciones, sistematizadas las tareas, distribuidas las cargas y atribuciones. La formalización organizativa puede darse implícitamente, es decir, sin necesidad de haberla volcado en unos estatutos o reglamentos. Y, por supuesto, la formalización teórica que aparece en las regulaciones escritas no es con frecuencia la que mejor refleja la organización real del grupo.

La identidad de un grupo condiciona y trasciende la identidad de cada uno de sus miembros. El nombre que se otorgue a un grupo no es algo socialmente insignificante; constituye más bien el sello que testimonia la realidad grupal, la "tarjeta de visita" que acredita al grupo como tal ante la conciencia colectiva. Pero es evidente que de nada sirve un nombre sonoro o atractivo si no expresa una realidad social, una entidad que le diferencie y contraponga a otras entidades grupales. Esa realidad grupal se da en la me­dida en que se establece una estructura de vínculos y acciones interpersonales que concreta al interior de un determinado sector social unas exi­gencias o intereses objetivos. Todo grupo, desde la familia o el núcleo de amigos más íntimos hasta el partido político o la asociación gremial, canaliza unos intereses sociales específicos a los que da mediación con­creta en una determinada situación y circunstancia históricas. Esos inte­reses sociales pueden ser de carácter más personal o individualizado o de naturaleza más colectiva, aunque por lo general unos y otros no se oponen sino que se encuentran articulados; de ahí que la identidad de un determi­nado grupo será tanto más clara y su enraizamiento histórico tanto más profundo cuanto más vinculado se encuentre a los intereses de una clase social. Cabría preguntarse, por ejemplo, en qué medida los cambios y crisis que experimenta el grupo familiar en nuestra sociedad se deben a que su identidad "tradicional" ya no canaliza tan eficazmente como en otros tiempos los intereses de las clases dominantes.

Uno de los fenómenos más característicos de la sociedad salvadoreña en los años inmediatamente anteriores al estallido de la guerra civil en 1981 fue la proliferación de grupos, tanto más llamativa cuanto que una de las características típicas del estado de opresión y marginación histórica en que había permanecido la mayoría del pueblo era su falta de organización y participación en grupos sociales. Esa proliferación de grupos era la prueba de que la creciente toma de conciencia de diversos sectores sociales sobre sus intereses de clases buscaba su canalización organizativa en unidades guípales dinámicas, cuya identidad era muy maleable: la presión de la conc­iencia social de clase sobre los grupos emergentes los empujaba hacia unidades cada vez más amplias, menos individualizadas y más clasistas. Así, en una organización de masas como el Bloque Popular Revolucio­nario (BPR) se fueron integrando grupos tan diversos como sindicatos campesinos, un gran gremio de maestros, un grupo de vendedoras de los mercados y un grupo de pobladores de tugurios urbanos. En vísperas de la guerra, el BPR se integraría con otras organizaciones populares paralelas, formando entre ellas una gigantesca Coordinadora Revolucionaria de Ma­sas que, en una sola mañana y contra todo tipo de amenazas y obstáculos, pudo poner en las calles de San Salvador una manifestación de ciento cincuenta mil personas.

3.1.2. Las relaciones con otros grupos

Son las relaciones con otros grupos los procesos históricos concretos a través de los cuales se configura, primero, y se mantiene después la iden­tidad de cada grupo humano. Como afirma el viejo dicho castellano apli­cándoselo a las personas, "dime con quién andas y te diré quién eres." Algo semejante cabría decir de los grupos: su realidad se define frente a los grupos con los que se relaciona, tanto si los vínculos que establece son positivos como si son negativos, tanto si colabora como si compite con ellos, tanto si las relaciones son formales como si son informales, tanto si pretende dominarlos como si se resiste o acepta someterse a ellos. El grupo surge en la dialéctica intergrupal que se produce históricamente en cada sociedad. Así, una familia adquirirá identidad frente a las familias ya definidas de donde surge (padres, parientes, amigos), así como frente a los grupos comunales, laborales y religiosos en cuyo ámbito se mueve. Un sindicato, por su parte, configurará su identidad frente a la patronal con­creta con la que tenga que enfrentarse así como en la interacción con otros sindicatos y grupos sociopolíticos.

En última instancia, el aspecto más definitorio de un grupo proviene de su conexión, explícita o implícita, con las exigencias, necesidades e inte­reses de una clase social. Todo grupo desde la familia o el núcleo de ami­gos más íntimos hasta el partido político, el sindicato y la asociación gremial, canaliza unos intereses sociales específicos a los que da media­ción concreta en una determinada situación y circunstancia históricas. Esos intereses sociales pueden ser de carácter más personal o individua­lizado o de naturaleza más colectiva, aunque por lo general unos y otros no se oponen, sino que se encuentran articulados; de ahí que la identidad de un determinado grupo será tanto más clara y su enraizamiento histórico tanto más profundo cuanto más vinculado se encuentre a los intereses de una determinada clase social.

Puesto que la identidad objetiva de los grupos surge de su conexión con unos intereses sociales (personales y/o colectivos), es posible que existan grupos con una identidad contradictoria, es decir, grupos formados por miembros de una clase social que canalizan en contra de sí mismos los intereses de las clases opuestas. El caso más característico en la historia actual de los países centroamericanos lo constituyen aquellos grupos para-militares promovidos por la doctrina de la seguridad nacional, que sirven de punta de lanza a los movimientos contrarrevolucionarios. Estos grupos se integran con personas provenientes de los sectores campesinos o mar­ginados urbanos y se encargan de abortar o combatir cualquier tipo de rei­vindicación, reclamo o movimiento opositor de los propios campesinos y marginados. Se produce así la paradoja de grupos campesinos que, en defensa de los intereses de las clases dominantes, destruyen todo conato de organización de sus propios intereses de clase campesina. Por eso, Michael Billig (1976, págs. 263 y ss.) distingue entre los grupos-en-sí y los grupos-para-sí. Esta distinción es una simple aplicación de la misma diferencia que se hace sobre las clases sociales (ver Martín-Baró, 1983, pág. 81). Los grupos-en-sí tienen una existencia objetiva, pero carecen de aquella conciencia que les permita adecuar su identidad activa y su quehacer a los intereses de la clase social a la que históricamente corresponden; sólo cuando un grupo adquiere esa conciencia y trata de adecuar su identidad y sus metas a sus vínculos objetivos, es decir, cuando se orienta a la cana­lización de los intereses de la clase de la que es parte, puede hablarse de un grupo-para-sí. Pero este punto nos introduce ya en el tercer aspecto cons­titutivo de la identidad de un grupo: la conciencia de sus miembros.

3.1.3. La conciencia de pertenencia a un grupo

Es importante no confundir la pertenencia de alguien a un grupo con la conciencia de la persona de pertenecer a ese grupo. En un caso se trata de un hecho objetivo, verificable a partir de una serie de criterios, mientras que en otro caso se trata de un saber subjetivo. Esta distinción es crucial respecto a la pertenencia de alguien a una determinada clase social, hecho objetivo que no arrastra necesariamente la conciencia de esa pertenencia (ver Martín-Baró, 1983, págs. 78 y ss.). Pertenecer a un país, a una raza, a una familia, a una clase social, no es algo que, en principio, quede al arbitrio de la conciencia, al conocimiento e incluso a la volición de cada individuo; es algo determinado objetivamente, aunque de ello no se tenga ni se quiera tener conocimiento.

La pertenencia subjetiva de una persona a un grupo supone que el in­dividuo tome a ese grupo como una referencia para su propia identidad o vida. Por supuesto, esta referencia puede ser de muchos tipos y de diversa significación. En unos casos, el individuo se sirve en forma instrumental del grupo para lograr la identidad socialmente conveniente o para con­seguir determinados fines. Puede ser socialmente prestigioso, por ejem­plo, pertenecer a un determinado club de tenis o de hípica, o conveniente acudir a las fiestas promovidas por los propietarios de la empresa en que se trabaja, aunque a uno no le guste el tenis, montar a caballo o las fiestas convencionales. En otros casos, el individuo recibe del grupo las orien­taciones, valores y normas mediante las cuales trata de regular su compor­tamiento, por lo menos en aquellos aspectos de la existencia o de la vida social en que se considere pertinente al grupo (ver Hyman, 1942; Merton, 1980). Así, el individuo que entra a formar parte de una comunidad cristiana de base intenta configurar su vida de acuerdo a las opciones y valores acordados y promovidos comunitariamente. En otros casos, por fin, el individuo se sabe parte de un grupo que le determina y le condiciona tanto si lo acepta voluntariamente como si no. El joven salvadoreño de origen árabe (turco) con frecuencia tiene que luchar para independizarse de las exigencias del clan familiar así como de las expectativas estereotipadas del medio ambiente. En todos estos casos, el individuo tiene un cono­cimiento sobre la identidad del grupo del que se siente parte; pero mientras el individuo que utiliza al grupo para su propio beneficio mantiene una distancia subjetiva y/u objetiva frente a la identidad grupal, el individuo que se integra normalmente a un grupo hace propio el carácter de su iden­tidad; finalmente, la persona que se sabe perteneciente a un grupo por el que se siente determinada pero del que desearía independizarse y aun no for­mar parte, se esfuerza por lograr una identidad que lo desgaje de su grupo.

John Tuner (1982, 1984), siguiendo la línea de Henri Tajfel, mantiene que es la pertenencia subjetiva la que determina la existencia de lo que llama un grupo psicológico, entendido como "un conjunto de individuos que se sienten y actúan como grupo" y aceptan de alguna manera esa situa­ción (1984, pág 518). Para Tuner, la identidad y la conducta en cuanto grupales surgen como efecto de la categorización grupal sobre la defini­ción y percepción de cada persona. De ahí que un grupo psicológico pueda ser redefinido como "un conjunto de personas que comparten la misma identificación social o se definen a sí mismas con la misma categoría so­cial de miembros" (Tuner. 1984, pág. 530).

El que la referencia grupal tenga para las personas un carácter norma­tivo o un carácter instrumental, el que represente una referencia positiva o más bien una carga de la que querrían liberarse, depende de su identifica­ción con el grupo, es decir, de su aceptación de lo que el grupo es y de sus objetivos como algo propio. Conciencia e identificación no son la misma cosa, aunque están intrínsecamente relacionadas. Un alto grado de con­ciencia y de identificación suele llevar a lo que se llama un compromiso profundo de las personas con los grupos, mientras que una conciencia débil o una falta de identificación llevan a que los miembros no se sientan comprometidos con el grupo. Conciencia e identificación constituyen, por tanto, un factor complejo pero sumamente importante para la misma identidad grupal. No es raro, por ejemplo, que la distinta conciencia e identificación con lo que es o debe ser un sindicato que tienen la dirigencia y las bases pueda ocasionar problemas a la hora de actuar frente a la patronal o ante otros grupos sociales.

Entendida la identidad de un grupo desde su formalidad, su relación con otros grupos y la conciencia de sus miembros, cuál sea el tamaño del grupo, es decir, el número de individuos que lo compongan, no puede ser parámetro fundamental para establecer una tipología grupal, ya que no es determinada sociedad; qué diferenciales de recursos logra en sus relaciones con otros grupos frente a los aspectos más significativos de la existencia o de cara a los objetos que como grupo persigue. Así, un grupo será pode­roso siempre que consiga tales diferenciales ventajosos en las relaciones con otros grupos que le permitan alcanzar sus objetivos e incluso imponer su voluntad a otros grupos sociales.

Puesto que la superioridad en las relaciones sociales se basa en los re­cursos disponibles, la diversidad e importancia de los recursos que tenga cada grupo irán emparejados con su poder real. Un grupo puede ser pode­roso por la capacidad técnica, científica o profesional de sus miembros; otro grupo puede serlo por la ingente cantidad de recursos materiales a su disposición; otro puede serlo por la riqueza moral y humana de sus miem­bros; y otro puede serlo, finalmente, por la naturaleza misma de los re­cursos de que dispone. Por supuesto, los grupos más poderosos serán aque­llos que dispongan de todo tipo de recursos: materiales, culturales y per­sonales. Pero es evidente que, en la dialéctica social, el tipo de recursos puede establecer diferenciales a favor de grupos minoritarios. La reducida oligarquía que controla El Salvador puede carecer de capacidad intelectual o de base social; sin embargo, puede comprar saberes mercenarios o, en el peor de los casos, impedir que la razón o la inteligencia desempeñen un papel social contrario a sus intereses.

Los ejércitos se componen de per­sonas que carecen de recursos económicos propios; sin embargo, su con­trol sobre las armas les permite venderse al mejor postor o lograr por la fuerza aquello que no pueden obtener con la cabeza. Por ello, no se puede decir que exista una equiparabilidad de recursos, sino que unos recursos posibilitan en forma más universal que otros el poder de aquellos grupos que los controlan.

El poder de un grupo no es un rasgo que dependa de su identidad ya constituida, sino que es, más bien, uno de los elementos constitutivos de esa identidad. Qué sea un grupo, su carácter y naturaleza, depende en buena medida del poder de que dispone en sus relaciones con otros grupos so­ciales. La organización o estructura de un grupo persigue aprovecharse del poder que le posibilitan sus recursos en orden a lograr unos objetivos, y ello tanto si se trata de un grupo familiar como de un ejército. Un grupo que carezca de recursos como para imponer sus objetivos en el ámbito de la sociedad, tenderá a cerrarse en sí mismo y a concentrarse en una diná­mica casi puramente intragrupal. Pero esa misma concentración en lo interno es consecuencia del diferencial negativo de recursos, de su carencia de poder social frente a otros grupos. Por ello, los tipos de poder a disposición de los diversos grupos así como las fuentes de ese poder determinan en buena parte lo que son y lo que pueden hacer. El cambio, aumento o disminución de recursos en que se basa el diferencial social que constituye el poder puede alterar en gran parte la naturaleza de un determinado grupo.

Un aspecto importante lo constituye la autonomía o dependencia de un grupo respecto a los recursos de que dispone para lograr poder en la vida social. Es claro que cuanto menos autónomo sea el poder de un grupo, más limitado será su valor y lo que con él pueda lograr. Hay, por ejem­plo, pequeños grupos sindicales en El Salvador cuya actividad y existencia están en buena medida condicionadas a la benevolencia patronal, ya que, en la práctica, la legislación salvadoreña permite la destrucción de los sindicatos de empresa al arbitrio de los intereses de los propietarios. Sólo cuando un sindicato es capaz de movilizar recursos que afectan seriamente los intereses de la empresa y que no dependen de ella (por ejemplo, fondos financieros para el mantenimiento de una huelga, la disponibilidad de abogados, la movilización de la opinión pública, etc.), puede ese sindicato enfrentar con éxito los despidos masivos, la utilización de esquiroles, los cierres temporales y otras tácticas patronales que ni siquiera se detienen ante la eliminación física de los líderes sindicales.

3.3. La actividad grupal

El tercer parámetro básico para la comprensión de un grupo es el de su actividad. ¿Qué hace un grupo? ¿Qué actividad o actividades desarrolla? ¿Cuales son sus metas? ¿Cuál es el producto de su quehacer? La existencia y la supervivencia de un grupo humano dependen esencialmente de su ca­pacidad para realizar acciones significativas en una determinada circuns­tancia y situación históricas. Ahora bien, la importancia de una acción o actividad grupal tiene una doble dimensión: externa, de cara a la sociedad o a otros grupos, e interna, de cara a los miembros del grupo mismo. De ca­ra a la sociedad o a otros grupos, cada grupo tiene que ser capaz de producir un efecto real en la vida social para afirmar su identidad, es decir, para ca­nalizar la satisfacción de los intereses que representa. De cara a los miem­bros del grupo, la acción grupal es importante si obtiene la realización de aquellos objetivos que corresponden a sus aspiraciones individuales o a una aspiración común.

La conciencia que puedan tener los miembros de un grupo sobre sus intereses y objetivos comunes no constituye la raíz última del grupo, en particular cuando se trata de grupos a los que se pertenece por adscripción (por ejemplo, la familia, la raza, la clase social), y no por logro personal o decisión voluntaria (por ejemplo, un gremio profesional, un club, un partido político, una orden religiosa). La misma conciencia que tienen los miembros acerca del grupo, de su naturaleza y sentido social, depende de las condiciones objetivas del grupo y está condicionada por las exigencias de supervivencia del grupo como tal cuyos límites se encuentran en lo que se llama "el máximo de conciencia posible." Ahora bien, si la conciencia sobre los intereses u objetivos comunes no es la raíz última de los gru­pos, con frecuencia cataliza su aparición o su dinamización, orientando la disposición de las personas para realizar metas comunes o para buscar ni­veles nuevos y superiores de organización y estructuración guípales. Así se explica la aparición de grupos basados en una falsa conciencia sobre ob­jetivos comunes: ése es el caso del campesino que se incorpora a un grupo paramilitar para combatir a los miembros de su propia clase social, obnu­bilado por el espejismo de un nacionalismo anticomunista a ultranza.

La importancia de la actividad para la comprensión de un grupo se en­tiende cuando se analiza la naturaleza y funcionamiento de algunos grupos que, como ciertas corrientes de agua, aparecen y desaparecen según las coyunturas históricas y la viabilidad práctica de su aporte en cada situación social. En un país como El Salvador, un buen número de partidos polí­ticos no tienen más actividad que aquella que les es exigida en los períodos electorales para servir de comparsas en los ceremoniales "democráticos" que indefectiblemente consagran a quienes representan a los intereses domi­nantes. Así mismo, ciertos grupos paramilitares o "escuadrones de la muer­te" perviven mientras su accionar es necesario para avanzarlos intereses de la clase dominante en situaciones de confrontación social que ponen en cuestión el status quo, pero desaparecen tan pronto como ese accionar arras­tra mayores costos que benéficos —por ejemplo, la pérdida de apoyo inter­nacional o la caída de un determinado gobierno.

La acción grupal tiene un efecto en la realidad misma del grupo que la realiza, bien sea consolidándolo, bien debilitándolo y aun llevándolo a su desintegración. En la medida en que la acción desarrollada sea consistente con el carácter y objetivos del grupo, éste se fortalece y afianza su es­tructura. De esta manera, a través de un accionar constante y efectivo, un grupo puede incrementar sus recursos y su consiguiente poder, e incluso volverse funcionalmente autónomo respecto a las instancias o intereses que le dieron origen. No es raro que ciertas asociaciones o algunos grupos paramilitares que surgen como canalización circunstancial de intereses muy concretos logren una autonomía tal que les permita sobrevivir so­cialmente con independencia y aun en contra de aquellas personas o sec­tores que los originaron: la asociación adquiere una institucionalidad que desborda la voluntad u objetivos de sus fundadores, o el grupo paramilitar se convierte en una pequeña banda o mafia que utiliza su poder violento ya no con fines políticos, sino para el lucro particular de sus miembros.

En resumen, identidad, poder y actividad son tres parámetros esenciales para definir la naturaleza de cualquier grupo. En principio, un grupo surge cuando los intereses de varias personas confluyen y reclaman su cana­lización en una circunstancia histórica concreta. La conciencia de esta exi­gencia precipita la cristalización grupal, tanto si esa conciencia corres­ponde a intereses reales de los propios individuos como si se trata de una falsa conciencia inducida por un estado de alienación social. En este sen­tido cabe afirmar que el grupo es la materialización de una conciencia co­lectiva que refleja, fidedigna o distorsionadamente, la demanda de unos in­tereses personales y/o colectivos. Pero si el su surgimiento de los grupos depende de alguna forma de conciencia social, su supervivencia depende del poder que obtenga, poder que debe plasmarse en una estructura organizativa que haga posible la satisfacción sistemática de sus intereses a través de una acción eficaz al interior de la sociedad. Por ello, la desintegración o desaparición de un grupo estará vinculada a la pérdida de su significación social, ya sea que su identidad se desconecte de sus raíces (ya no responde a los intereses que canalizaba), ya sea que malogre o le sean arrebatados los recursos en que fundaba su poder, ya sea que se muestra incapaz de realizar acciones eficaces frente a otros grupos o respecto a las aspiraciones y ne­cesidades de sus propios miembros.

Un aspecto muy importante para comprender la naturaleza de los gru­pos es el hecho de su imbricación múltiple; en cada situación, los grupos se superponen y entrelazan tanto directamente como a través de sus miem­bros. Esto genera identidades guípales parcialmente comunes con fronteras difusas, poderes compartidos por varios grupos (lo que en ocasiones per­mite sumar sus recursos, pero a veces ocasiona disgregación), y acciones cuyo efecto puede repercutir en más de un grupo aunque varios de ellos no hayan participado como tales en la actividad del caso. Hay empresas que se asientan sobre grupos familiares, asociaciones que se identifican con par­tidos políticos, comunidades o grupos de trabajo que arrastran la existencia práctica de iglesias u organizaciones sociales más amplias. Desde los gru­pos más pequeños, es decir, aquellas unidades caracterizadas como prima­rias por la inmediatez de los vínculos que las configuran, hasta aquellos macrogrupos cuyas relaciones estructurales hunden sus raíces en los fun­damentos mismos de la organización social, cada sociedad presenta una ver­dadera pirámide de grupos que se sobreponen y mezclan entre sí como par­tes de un tomado en permanente actividad.

4. Tipologías grupales

Existen numerosos intentos por establecer tipologías guípales, es decir, por diferenciar en esa pirámide de grupos de cada sociedad los tipos más característicos. Obviamente, la diferenciación sigue las líneas de las características que se consideran esenciales. De hecho, la diferenciación de grupos más conocida es aquella que distingue entre grupos primarios y secundarios, distinción basada sobre todo en el número de miembros, pero también en el carácter de las relaciones entre ellos. El grupo primario es, por lo general, un grupo pequeño, cuyos miembros mantienen relaciones personales, basadas en un conocimiento mutuo cercano y una fuerte dosis de afectividad. El grupo secundario, en cambio, es un grupo grande, y las relaciones de los miembros siguen patrones impersonales, más o menos institucionalizados como roles.

Qué sea un grupo grande o pequeño es algo en lo que no hay coinci­dencia, ya que resulta difícil si no imposible fijar en abstracto cuándo un grupo deja de ser pequeño para ser grande. La veintena de pacientes que, en la sala de espera de un dentista, constituiría una verdadera multitud, en un campo de fútbol seria prácticamente "nadie," y el centenar de jóvenes que en una manifestación política podría considerarse un grupo pequeño, en un aula escolar constituye un grupo muy grande de clase. Con todo, a la hora de establecer determinaciones operativas, en psicología social se ha solido considerar como "pequeño" un grupo de diez personas o menos, mientras que un grupo con veinte personas o más por lo general se ha estimado co­mo "grande."

La distinción entre grupos primarios y grupos secundarios resulta insuficiente e incluso engañosa si se toma como eje principal de una tipo­logía grupal. El carácter e importancia social de un grupo determinado no depende tanto de su tamaño o del carácter más o menos institucionalizado de las relaciones entre sus miembros cuanto del impacto configurador de su actividad sobre las personas y las estructuras sociales. Dicho de otra ma­nera, lo que más importa socialmente de un grupo es lo que produce, no su formalidad en cuanto tal. Por supuesto, el tamaño de un grupo o el ca­rácter de las relaciones entre sus miembros pueden ser factores muy im­portantes para la determinación de lo que un grupo hace o puede realizar, pero no son los elementos definitorios ni decisivos. El número de miem­bros de un grupo puede constituir la base de su poder social (ése es, por ejemplo, el caso de muchos sindicatos) y, ciertamente, afecta al tipo de re­laciones entre los miembros, ya que no es posible mantener relaciones personalizadas entre muchas personas (ver Hemphill, 1950). Sin embargo, un grupo pequeño puede disponer en una circunstancia histórica de un po­der incomparablemente mayor que un grupo masivo, y ello tanto para con­figurar el carácter de sus miembros como para definir un ordenamiento social. Más allá de lo que tiene de simbólico, el que El Salvador haya sido conocido como "el país de las catorce familias" expresa una realidad social en la que la importancia y significación de un grupo no ha sido deter­minada por su tamaño ni por el carácter de las relaciones entre sus miembros, sino por su poder y el impacto de sus actos grupales sobre el resto de la sociedad . Lo que es el grupo oligárquico en El Salvador no se entiende mirando su número o las relaciones entre sus miembros, sino sus relaciones de clase.

Didier Anzieu y Jacques-Yves Martín (1968) distinguen cinco catego­rías fundamentales de grupos: la multitud, la banda, la agrupación, el gru­po primario o restringido y el grupo secundario u organización. El paráme­tro fundamental que recorre esta clasificación es el grado de estructuración interna del grupo; sin embargo, Anzieu y Martín toman en cuenta otras seis variables —número de miembros, relaciones entre ellos, duración del grupo, impacto sobre las creencias y normas individuales, conciencia de sus fines y acciones comunes— que les permiten establecer una tipología bien definida (ver Cuadro 10). Veamos, brevemente, su caracterización de cada uno de estos grupos.

Cuadro 10

Clasificación de los grupos humanos

TIPO DE GRUPO

Estructuración grado de organización interna y diferenciación de roles

Duración

Número de individuos

Relaciones entre los individuos

Efectos sobre las creencias y las normas

Conciencia de los fines

Acciones comunes

MULTITUD

Muy débil

Desde algunos minutos hasta algunos días

Grande

Contagio emocional

Irrupción de creencias latentes

Débil

Apatía o acciones paroxísticas

BANDA

Débil

Desde algunas horas hasta algunos …

Pequeño

Búsqueda del semejante

Refuerzo

Mediana

Espontáneas pero poco importantes para el grupo

AGRUPACIÓN

Mediana

Desde varias semanas hasta varios meses

Pequeño, mediano o grande

Relaciones humanas superficiales

Mantenimiento

De débil a mediana

Resistencia pasiva o acciones fragmentadas

GRUPO PRIMARIO RESTRINGIDO

Grande

Desde tres días hasta diez años

Pequeño

Relaciones humanas ricas

Cambio

Grande

Importantes, espontáneas, innovadoras

GRUPO SECUNDARIO U ORGANIZACIÓN

Muy grande

Desde varios meses hasta varios decenios

Mediano o grande

Relaciones funcionales

Inducción de procesos

De débil a grande

Importantes habituales y planificadas

Una multitud se da cuando un buen número de individuos (varios cien­tos o miles) se reúne en un mismo sitio sin haberlo buscado explíci­tamente. Cada cual busca su satisfacción individual, pero está sometido a la posibilidad de repentinos contagios emocionales. Según Anzieu y Martín (1968, pág. 12), los fenómenos afectan a un número todavía ma­yor de personas que ni se hallan reunidas ni se las puede reunir fácilmente.

Una banda (en lenguaje salvadoreño, una "barra" o "mará) consiste en aquel agrupamiento de individuos que "se reúnen voluntariamente por el placer de estar juntos" cada cual a la búsqueda de quienes son semejantes a él o ella misma (Anzieu y Martín, 1968, pág. 13). La satisfacción que pro­duce la banda se debe a que elimina la necesidad de adaptarse a las reglas sociales establecidas (por ejemplo, del "mundo de los adultos"), al mismo tiempo que proporciona seguridad y apoyo afectivos. La banda no tiene por tanto más objetivo que el de estar juntos en base a la semejanza de los miembros. Cuando los miembros de una banda empiezan a afirmar valores comunes, a diferenciarlos papeles y a fijarse metas, se transforman paula­tinamente en una banda organizada, es decir, en un grupo primario, ya sea de amigos o de socios.

La agrupación constituye la reunión de individuos, en número que os­cila entre pequeño y grande y con una frecuencia también variable, con unos objetivos relativamente estables que corresponden a un interés co­mún de los miembros. Fuera de la búsqueda de esos objetivos comunes, no hay ningún vínculo o contacto entre los individuos. Hay agrupaciones intelectuales, artísticas, religiosas, políticas, sociales y otras.

El grupo primario es aquel compuesto de pocos miembros, que buscan en común los mismos fines y mantienen entre sí relaciones afectivas con una gran dependencia mutua. En cambio, el grupo secundario u organi­zación "es un sistema social que funciona según instituciones (jurídicas, económicas, políticas, etc.), en un sector particular de la realidad social (mercado, administración, deporte, investigación científica, etc.)" (Anzieu y Martín, 1968.pág.21).

Si miramos a los grupos desde la triple dimensión de identidad, poder y actividad con que los hemos caracterizado anteriormente, podemos llegar a una tipología un poco diferente, que distingue entre grupos primarios, funcionales y estructurales. Los grupos corresponde a los tres tipos de rela­ciones sociales que articulan el quehacer de las personas con las estructuras de una determinada sociedad (ver Martín-Baró, 1983b, págs. 71-77). Ya decíamos antes que los grupos constituyen el ámbito privilegiado en que se produce la ideología social, es decir, donde los intereses sociales se tra­ducen en comportamientos regulados y sancionados; por eso, las personas incorporan y asumen los principales determinismos sociales a través de su. participación en diversos grupos. El Cuadro 11 sintetiza los rasgos dife­renciales de esta tipología grupal.

Cuadro 11

Tres tipos de grupo

Características

Tipo de Grupo

Identidad

Poder

Actividad

PRIMARIO

Vínculos interpersonales

Características personales

Satisfacción de necesidades personales

FUNCIONAL

Rol social

Capacitación y puesto social

Satisfacción de necesidades sistémicas

ESTRUCTURAL

Comunidad de intereses objetivos

Control de los medios de producción

Satisfacción de intereses de clase. Lucha de clases

El grupo primario es fundamentalmente definido en los mismos tér­minos que ya hemos expuesto y que fueron planteados por Cooley (1909). Sin embargo, es importante subrayar que el grupo primario no puede entenderse fuera de su contexto social más amplio; por el contrario, la naturaleza del grupo primario consiste en concretar y ser portador de los determinismos de las macroestructuras sociales. Así, la familia articula los intereses de las clases dominantes transmitiendo unos valores y con­figurando unas pautas de comportamiento propicias al orden establecido. El producto de las relaciones sociales que tienen lugar en los productos de las relaciones sociales que tienen lugar en los grupos primarios es la sa­tisfacción de las necesidades básicas de la persona y la formación de su identidad. Ambas cosas van estrechamente vinculadas como subrayan todas las teorías psicológicas, ya que la persona se va realizando como tal en la medida en que satisface sus necesidades de todo tipo y de acuerdo a los pa­trones que le hacen posible esa satisfacción.

Los grupos funcionales son aquellos que corresponden a la división del trabajo al interior de un determinado sistema social. Se trata, por consi­guiente, de personas que cumplen la misma función con respecto a un sis­tema, personas que tienen unos mismos roles y ocupan una posición equivalente. El poder de los grupos funcionales en cuanto tales depende del valor o importancia que su quehacer laboral tenga en una sociedad, no tan­to en términos objetivos como en base a los mecanismos de distribución de bienes establecidos en el sistema. Así, por ejemplo, aunque en prin­cipio se considere primordial la función de maestro, en la práctica apenas se le concede un poder social relativamente pequeño.

Finalmente, los grupos estructurales son aquellos que corresponden a la división más básica entre los miembros de una sociedad de acuerdo con los intereses objetivos derivados de la propiedad sobre los medios de produc­ción. Las relaciones que se establecen a partir de control, total o parcial, mayor o menor, sobre los medios de producción determinan las estructuras más básicas de una sociedad así como esa confrontación objetiva que se llama lucha de clases. Cada individuo pertenece a una clase social, inde­pendientemente de que sea consciente de esa pertenencia y de que actúe de acuerdo a los intereses de su clase o no.

Es claro que la pertenencia a grupos primarios, funcionales y estruc­turales no es excluyente entre sí, aunque puede serlo en el propio nivel. Toda persona pertenece siempre a un grupo estructural, y a uno o diversos grupos funcionales y primarios. Un mismo individuo no puede objetivamente pertenecer a dos clases opuestas (dos grupos estructurales), pero sí puede formar parte de dos familias, contar con varios grupos de amigos y ocupar diversos puestos que le hacen miembro de varios grupos funcionales (Martín-Baró, 1983b, pág. 77). La pertenencia a un grupo estructural es, en definitiva, la más determinante de lo que cada persona puede llegar a ser; pero ese determinismo se actualiza a través de los grupos funcionales y primarios, que condicionan, orientan y sancionan día tras día el quehacer de los individuos.

Resumen del Capítulo Tercero

1. El término grupo se aplica a entidades sociales muy distintas, tanto cuantitativa como cualitativamente. Según Merton, un grupo con­siste en "un número de personas que interactúan entre sí de acuerdo con esquemas establecidos." En cambio, una colectividad es un con­junto de personas que comparten valores y normas, pero no inte­ractúan, y categorías sociales son aquellos ocupantes de un status social que tienen características semejantes, pero no interactúan ni siguen las mismas normas.

2. Se han propuesto seis criterios para definir la existencia de un grupo: (a) que los individuos se perciban a sí mismos como miembros; (b) que los miembros satisfagan motivaciones compatibles, o (c) que tengan objetivos comunes; (d) que las relaciones entre los individuos estén organizadas, (e) que las personas sean interdependientes, o (f) que interactúen entre sí.

3. Estos criterios pueden agruparse en dos tipos: los que subrayan que el grupo surge por la existencia de algún carácter común entre los miem­bros ("solidaridad mecánica") y los que enfatizan el que se dé algún tipo de vínculo entre ellos ("solidaridad orgánica").

4. La teoría grupal de Freud es un modelo de solidaridad mecánica que concibe al grupo como la unidad de personal alrededor de un único jefe, con el que todos se identifican y cuya imagen interiorizan como ideal.

5. La teoría de Lewin es un modelo de solidaridad orgánica; el grupo es concebido como un conjunto de fuerzas resultante de las relaciones entre los individuos que lo constituyen, y el comportamiento grupal es una función de ese balance de fuerzas interindividual.

6. Los modelos guípales predominantes en psicología social suelen incurrir en tres defectos: (a) la parcialidad paradigmática que les lleva a ver el grupo desde alguna forma de grupo pequeño; (b) el individualismo, que les lleva a centrar su atención en los individuos como unidad primordial de análisis; y (c) el ahistoricismo, que les hace ver el comportamiento grupal descontextualizado respecto a la sociedad más amplia y su histórica específica.

7. Una teoría psicosocial sobre los grupos debe satisfacer tres condiciones: (a) dar cuenta de la realidad grupal como tal; (b) abarcar tanto a los grupos grandes como a los pequeños; y (c) incluir el carácter histórico de los grupos. Así, un grupo humano puede definirse con aquella estructura de vínculos y relaciones entre personas que ca­naliza en cada circunstancia sus necesidades individuales y/o los intereses colectivos.

8. Tres son los principales parámetros para analizar un grupo humano: (a) su identidad, es decir, lo que es en sí y frente a otros grupos; (b) su poder en las relaciones con esos otros grupos; y (c) la actividad social que desarrolla y su efecto o producto histórico.

9. La identidad de un grupo, lo que un grupo es, se define por el grado y carácter de su formalización organizativa, por sus relaciones con otros grupos y por la conciencia que sus miembros tienen del propio gru­po.

10. El poder de un grupo es aquel diferencial favorable de recursos que se establece cuando se relaciona con otros grupos en función de unos ob­jetivos, y que le permite hacer avanzar sus intereses en la convivencia social.

12. Identidad, poder y actividad no son aspectos grupales independientes, sino que se implican entre sí. Además, en cada situación concreta los grupos se encuentran imbricados, directamente o a través de sus miembros, lo que genera identidades grupales parcialmente comunes o difusas, poderes compartidos y acciones con efectos múltiples.

13. La tipología más usada distingue entre grupos primarios, de carácter pequeño y personal, y grupos secundarios, por lo general de tamaño grande e impersonales. Pero la definición del tamaño de un grupo para diferenciar entre grupos grandes y grupos pequeños suele ser arbitraria y no tomar adecuadamente en cuenta la circunstancia social en que se da el grupo.

14. Anzieu y Martín distinguen cinco tipos de grupos tomando en cuenta seis variables pero, sobre todo, en función del grado de su estructuración interna. De menor a mayor estructuración, estos grupos son: la multitud, la banda, la agrupación, el grupo primario o restringido y el grupo secundario u organización.

15. Utilizando las dimensiones de identidad, poder y actividad grupal, se puede distinguir entre grupos primarios, funcionales y estructurales, correspondientes a las relaciones sociales del mismo tipo que arti­culan el quehacer social de las personas.

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