Relaciones entre grupos
9 Las relaciones entre grupos
POR WILLEM DOISE
A. Introducción
Un individuo siempre comparte sus pertenencias a categorías sociales con ciertos individuos y se distingue de otros por esas mismas pertenencias. Este capítulo tiene por finalidad describir los procesos psicosociológicos que tienen lugar cuando uno o varios individuos pertenecientes a una categoría social interactúan con uno o varios individuos en una situación que pone de relieve estas diferencias de pertenencia.
Existen múltiples divisiones en categorías entre los seres humanos. Estas divisiones tienen diversos orígenes: naturales, históricos y sociales, y a menudo resulta difícil trazar una distinción entre estos orígenes. Así, Moscovici (1968) elabora el concepto de división natural para designar las divisiones históricas entre categorías de trabajadores (agricultores, artesanos, ingenieros, científicos) que han modificado una y otra vez de manera profunda tanto las relaciones entre los hombres como las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. No existe prácticamente ningún sistema sociológico que no proponga clasificaciones de diferentes categorías de individuos según sus inserciones específicas en el conjunto de las relaciones sociales que constituyen una sociedad.
En este capítulo no estudiaremos el origen de estas divisiones en categorías, sino las condiciones que ponen de relieve las diferencias de pertenencia entre individuos y de ese modo influyen en comportamientos, evaluaciones y representaciones. Para estudiar estas condiciones, los experimentadores no han vacilado en crear sus propias categorías sociales que, por lo general, solamente duran el tiempo de una experimentación, pero cuyo carácter efímero y precario no impide que se manifiesten los procesos que se desarrollan habitualmente en situaciones mucho menos pasajeras. Por otra parte, al final de este capítulo mostraremos que los resultados experimentales mencionados tienen un alcance que trasciende la situación experimental, ya que permiten corroborar los modelos de análisis utilizados por historiadores, antropólogos, sociólogos o politólogos.
Este capítulo comenzará con una descripción del proceso de categorización que en un principio se utilizaba para dar cuenta de fenómenos perceptivos. Luego mostraremos cómo este mismo proceso puede resultar útil para describir diferentes dinámicas que pueden intervenir en los encuentros intergrupales: estereotipos, comportamientos discriminatorios, afirmaciones de identidades sociales, conflictos y negociaciones. Sin embargo, recordemos que en el terreno de las relaciones entre grupos, al igual que en otros campos de la psicología social, no existe ningún modelo que defina de forma exhaustiva sus condiciones de aplicación (a este respecto véase Doise, 1982) y que, por consiguiente, es necesario recurrir a articulaciones de varios principios de explicación para dar cuenta de un fenómeno social concreto. De esta forma, si en este capítulo describimos principalmente un solo modelo explicativo, esto no significa que dicho modelo baste para hacer inteligible el conjunto de las dinámicas que pueden desarrollarse durante los encuentros intergru-pales. Pero en todas estas dinámicas, el proceso de categorización interviene de una manera más o menos pronunciada, es modulado, incluso contrarrestado, de varias maneras y son precisamente esas múltiples variaciones las que intentaremos explicar, invocando igualmente principios explicativos que no son descritos necesariamente por el mismo modelo, pero que pueden relacionarse con él.
B. La acentuación de los contrastes en la percepción
La acentuación de los contrastes ha sido objeto de amplios estudios por parte de los especialistas de la percepción. Imaginemos un fondo de color cuya intensidad varía de izquierda a derecha y dos dibujos, claramente delimitados, que aparecen sobre dicho fondo, por ejemplo, dos circunferencias. La percepción nos mostrará la superficie luminosa del interior de cada círculo como si fuera más homogénea de lo que en realidad es y los contrastes entre las dos superficies rodeadas por las circunferencias nos parecerán mayores que las diferencias reales. De esta forma, en nuestra percepción de los estímulos físicos se manifiestan múltiples acentuaciones de parecidos y contrastes. Holzkamp (1973) nos da una perspectiva general del conjunto de estos fenómenos cuyo origen habría que buscar en la historia de las especies, ya que constituyen un mecanismo de adaptación de gran importancia al entorno físico. Precisamente a través de la acentuación de las semejanzas y las diferencias, el organismo vivo puede organizar con mayor eficacia su actividad en el entorno. En el ser humano, estas acentuaciones también serían importantes para orientarse en su universo social.
H. Tajfel, quien recientemente ha publicado una recopilación de sus más importantes investigaciones (Tajfel, 1981), resume las características de las condiciones que dan lugar a estos fenómenos de contraste en los juicios perceptivos. Las diferencias en las dimensiones físicas son exageradas cuando estas dimensiones sostienen una relación sistemática con el valor de los objetos. Las diferencias entre los diámetros de monedas son sobrevaluados cuando existe una relación sistemática entre su diámetro y su valor. Para nuestros fines resulta aún más importante que dichas diferenciaciones también puedan manifestarse entre clases de objetos, incluso si los objetos pertenecientes a una misma clase no son todos idénticos. Basta con que exista una diferencia sistemática entre los objetos pertenecientes a una clase y los objetos pertenecientes a otra, aunque haya una gran variación entre objetos de una misma clase.
Describamos brevemente una experiencia realizada por Tajfel y Wilkes (1979). Los estímulos presentados varias veces en la primera parte de Ja experiencia son ocho líneas de diferente longitud, la más corta y la más larga tienen 162 y 229 mm de longitud, respectivamente. En una segunda fase, los sujetos deben calcular la longitud de estas líneas. Para los sujetos de una primera condición experimental, las cuatro líneas más cortas siempre van acompañadas por una letra A, las cuatro líneas más largas por una letra B. Así pues, existe una correspondencia sistemática entre la pertenencia a las dos clases y la longitud de las líneas. En otras dos condiciones ya no está presente esta correspondencia, las letras A y B son atribuidas al azar a las diferentes líneas o bien no hay ninguna letra. Como se preveía, en la primera condición los sujetos sobrestiman las diferencias entre las cuatro líneas más cortas y las cuatro más largas. Esto no sucede así con los sujetos que participan en las otras dos condiciones, donde no existe relación entre las pertenencias categoriales y las características que hay que juzgar. Sin embargo, precisemos que para esta experiencia Tajfel y Wilkes habían formulado una segunda hipótesis sobre la acentuación de las semejanzas entre líneas pertenecientes a una misma clase. Esta hipótesis sobre la homogeneización en el interior de una clase no fue verificada de forma tan clara como la hipótesis sobre la diferenciación entre clases, probablemente porque los estímulos extremos fueron identificados por los sujetos, constituyendo así dos categorías suplementarias.
C. El estudio experimental de los estereotipos sociales
El objetivo perseguido por Tajfel al estudiar los contrastes en los juicios perceptivos era proponer un modelo que describiese ciertas dinámicas de los estereotipos sociales. Digamos, por definición, que un estereotipo social existe cuando varios miembros de un grupo acentúan las diferencias que existen entre los miembros de su grupo y los miembros de otro grupo, acentuando asimismo las semejanzas entre los miembros de este otro grupo. La evaluación de un estereotipo es difícil de llevar a cabo, ya que sería necesario disponer de medidas objetivas que indicasen las variaciones de una característica en el interior de grupos y entre grupos de individuos para comparar estas variaciones con las percibidas por un grupo de individuos. Campbell (1956) describe algunas tentativas para acotar así los estereotipos. Menciona, por ejemplo, cómo en los Estados Unidos los alumnos blancos sobre-valúan las diferencias entre alumnos blancos y negros en lo referente a sus resultados escolares. Pero con mucha frecuencia, los investigadores no disponen de una medida objetiva de la difusión exacta de una característica psicológica en una población determinada.
Por esta razón entre otras, los psicólogos sociales a menudo abordan el problema del estudio de los estereotipos sociales desde otro ángulo, estudiando en qué condiciones se produce una acentuación de las semejanzas y de las diferencias entre grupos. La comprensión de este fenómeno también procede de la comprensión de sus modificaciones. Mencionemos así, pues, algunas de las experiencias que estudian de forma especial la acentuación de las semejanzas entre miembros de un mismo grupo.
Tajfel, Sheikh y Gardner (1979) en una primera parte de su experiencia pidieron a varios estudiantes canadienses que escucharan cuatro entrevistas que se desarrollaban ante ellos. Después de cada entrevista, los sujetos describían al personaje entrevistado mediante 25 escalas de siete puntos. De esa manera se entrevistaba y describía a cuatro personas: una canadiense y un indio que hablaba de su película preferida, otro canadiense y otro indio que eran interrogados sobre sus libros preferidos. En la segunda parte de la experiencia, otros sujetos debían indicar, utilizando los adjetivos empleados en las escalas de la primera parte, cuáles de ellos caracterizaban, según ellos, a la mayoría de los indios y cuáles a la mayoría de los canadienses. A partir de las respuestas de este segundo grupo de sujetos se determinaba qué rasgos eran relacionados con las dos pertenencias nacionales, por ejemplo, espiritualista, religioso para los indios y conservador, sociable para los canadienses. También podían aislarse los rasgos que carecían de correspondencia con la pertenencia a la categoría india, como sociable, adulador o con la pertenencia a la categoría canadiense, como sutil y espiritualista. Esto era lo que precisaba Tajfel para verificar, al menos parcialmente, la intervención del proceso de categorización.
¿De qué informaciones disponen realmente las autores de esta experiencia? Conocen las pertenencias categoriales de los personajes estímulo, también saben qué rasgos, entre los 25 utilizados para describir a estas personas, son generalmente relacionados con cada pertenencia. Estas informaciones bastan para verificar al menos el aspecto de acentuación de las semejanzas dentro de una misma categoría del proceso de categorización. Esta acentuación debe existir en los rasgos que presenten una relación con la pertenencia a una categoría y no debería existir en los rasgos sin relación con esta pertenencia. Esta diferencia entre rasgos pertinentes y rasgos no pertinentes ha sido satisfactoriamente verificada. Si comparamos las diferencias medias de los resultados obtenidos por los dos indios acerca de los rasgos típicos de su grupo, con las diferencias medias sobre los rasgos no típicos, las primeras diferencias resultan significativamente más reducidas. Entre los canadienses se verifica el mismo fenómeno. Así pues, cada vez hemos observado una menor diferencia o, dicho de otra forma, mayores semejanzas en las características relacionadas con el estereotipo que en las características que no tienen relación con él. La formalización de Tajfel, a pesar de que trate sobre la acentuación de las semejanzas dentro de una misma categoría, explica adecuadamente los datos de la experiencia descrita. ¿Por qué? ¿Porque la dinámica propia del proceso de categorización se refleja en los juicios de los sujetos, desviándolos en el sentido previsto, o bien porque los estereotipos desprendidos por los sujetos de la segunda fase son objetivamente verdaderos y que los personajes-estímulo de la primera fase encarnan dichos estereotipos? La experiecnai de Tajfel, Sheik y Gardner no permite responder a esta pregunta.
A fin de estudiar de una manera aún más directa los efectos de la categorización como aspecto importante de la dinámica de los estereotipos sociales manipulamos en dos experiencias (Doise, 1979) el relieve de las pertenencias categoriales, aunque procurando mantener idénticos los individuos o informar a los sujetos que también tendrían que describir a los miembros de otro grupo; en una segunda condición (con anticipación), los sujetos, al describir a los miembros del primer grupo, ya habían sido advertidos de que también tendrían que describir a los miembros del otro grupo. Las predicciones experimentales eran, por supuesto, que las semejanzas dentro de una categoría y las diferencias entre categorías serían más pronunciadas en la condición con anticipación que en la condición sin anticipación.
Los sujetos eran 72 chicas y 72 chicos de aproximadamente 10 años de edad. El material experimental estaba constituido por tres fotos de chicas y tres fotos de chicos. Los sujetos debían indicar al ver cada foto cuál de los 24 adjetivos de una lista era el más adecuado para describir al niño o niña de la foto. No obstante, si bien todos los sujetos describían de este modo
categoría sexual eran presentadas desde el principio a la mitad de los sujetos (condición sin anticipación), mientras que todas las fotos eran presentadas desde el principio a la otra mitad de los sujetos (condición con anticipación). El orden de descripción de las seis fotos era controlado de manera que la mitad de los chicos y las chicas comenzara describiendo, siempre en el mismo orden, las tres fotos de su pertenencia sexual, mientras que la otra mitad comenzaba describiendo las tres fotos de la otra pertenencia. Los sujetos participaban en la experiencia siempre en grupos de seis personas del mismo sexo.
Los resultados aparecen en las tablas I y II. El índice de diferenciación que suma las diferencias en valores absolutos entre el número de veces que un rasgo ha sido atribuido a las tres fotos de chicas y a las tres fotos de chicos por cada sujeto, confirma los resultados que ya habían sido obtenidos con los aprendices y los alumnos de enseñanza media: la diferenciación es mayor cuando se evoca al otro grupo desde el principio de la experiencia y los chicos, miembros del grupo socialmente dominante, diferencian más que las chicas, sobre todo cuando se puede anticipar la confrontación con el otro grupo.
tabla I. — Resultados medios de las diferencias intercategoriales en las descripciones de seis fotos
Condición Condición
Sujetos sin anticipación con anticipación
Chicas 18,66 22,16
Chicos 21,41 27,02
Resultados significativos de análisis de varianza: Chicos/Chicas: Chicas 11,31; d.l. 1,140 /?<0,001. Anticipación: Chicas 16,21; d.l. 1,140, p<0,0001.
tabla II. — Resultados medios de las semejanzas intracategoriales
en las descripciones de seis fotos
Descripción de las fotos Descripción de las fotos
de chicas de chicos
Sin Con Sin Con
Sujetos anticipación anticipación anticipación anticipación
Chicas Chicos | 9,61 6,66 | 11,83 12,02 | 9,08 8,55 | 11,33 11,27 |
Resultados significativos de análisis de varían/a: Anticipación: Chicas 29,70; d.l. p< 0,0001.
La acentuación de las semejanzas intracategoriales va acompañada de la diferenciación intercategorial. En efecto, el número de veces que un sujeto atribuye el mismo rasgo a las tres fotos de una misma categoría es significativamente mayor cuando, desde el principio, los sujetos anticipan la descripción de los miembros de otra categoría. De esta manera, la acentuación de las semejanzas intracategoriales parece por lo tanto acompañar a la diferenciación categorial.
Sabemos que Suiza está compuesta principalmente por tres grupos lingüísticos: los germanoparlantes, los francoparlantes y los italoparlantes. Los dos últimos grupos no se distinguen del primero solamente por ser minoritarios y «latinos», sino que también se considera que son menos activos en el campo económico. En Suiza, la categoría de «latinos» se diferencia así de la de «germánicos» a varios niveles. Sin embargo, las diferencias entre francoparlantes e italoparlantes, por una parte, y germanoparlantes, por la otra, debería variar según el proceso de categorización. Estas diferencias deberían debilitarse cuando estos dos grupos de suizos son confrontados con un grupo de no suizos. Y es eso lo que verificamos con la colaboración de 179 alumnos suizos de Ginebra, cuya edad era aproximadamente de 14 años y quienes respondieron a un cuestionario en el que se les pedía que describieran tres grupos sociales mediante 16 escalas de ocho puntos. Según las condiciones de esta experiencia, estos grupos eran los suizos germanoparlantes, los suizos francoparlantes y los suizos italoparlantes (condición de control) o dos de estos grupos solamente a quienes se añadían los alemanes de Alemania, los franceses de Francia o los italianos de Italia, remplazando respectivamente a los germanoparlantes, a los francoparlantes y a los italoparlantes (condiciones experimentales). Los cuatro cuestionarios elaborados de esta forma eran mezclados entre sí y distribuidos entre los alumnos durante una clase. La entrega era anónima, pero la última página, que trataba sobre las características sociológicas, permitía separar los cuestionarios rellenados por alumnos de origen extranjero.
El experimento era delicado en semejante campo, en Ginebra, apenas pasadas algunas semanas después del referéndum sobre los extranjeros de finales de 1974. Por ello se puso un cuidado muy especial en la elaboración del cuestionario experimental (tabla III): las escalas nunca emplean polos opuestos desde el punto de vista evaluativo. En cada escala, los polos de una misma evaluación hacen contrastar una connotación descriptiva más o menos «tensa» en el sentido que Peabody (1968) otorga a este término. En los ocho rasgos de la escala, los sujetos debían colocar las tres letras que simbolizaban a los grupos que habían de describir. La consigna les explicaba que podían poner dos o tres letras, una sobre las otras, si no había diferencias entre algunos o todos los grupos descritos.
El número de casillas que los sujetos dejaron entre dos grupos suizos constituía la variable dependiente. Estos números fueron sumados en cada
tabla III. — Escalas utilizadas para la descripción de diferentes grupos
suizos y no suizos
1. | Ahorrativos — — — — — — — — | generosos |
2. | Serios — — — — — — — — | alegres |
3. | Escépticos — — — — — — — — | crédulos |
4. | Severos — — — — — — — — | negligentes |
5. | Inhibidos — — — — — — — — | impulsivos |
6. | Activos — — — — — — — — | tranquilos |
7. | Tenaces — — — — — — — — | débiles |
8. | Avaros — — — — — — — — | derrochadores |
9. | Obstinados — — — — — — — — | inestables |
10. | Enérgicos — — — — — — — — | apacibles |
11. | Con mucho tacto — — — — — — — — | directos |
12. | Agresivos — — — — — — — — | sumisos |
13. | Tímidos — — — — — — — — | temerarios |
14. | Prudentes — — — — — — — — | valerosos |
15. | Inseguros — — — — — — — — | pretenciosos |
16. | Agitados — — — — — — — — | inactivos |
una de las 16 escalas. Los promedios que figuran en la tabla IV demuestran que las diferencias entre francoparlantes y germanoparlantes o entre ítalo-parlantes y germanoparlantes son, en efecto, menos importantes cuando estos
tabla IV. — Medias de las diferencias percibidas entre grupos regionales suizos | ||||
| | Condición | Condición | |
Diferencias entre | | sin grupo extranjero N :42 | con grupo extranjero N : 45, 45, 47 | t hip. unil. |
Germanoparlantes | e italoparlantes | 48,90 | 41,07 | 2,30 P < 0,02 |
Germanoparlantes | y francoparlantes | 45,86 | 39,00 | 1,97 P < 0,03 |
Francoparlantes e | italoparlantes | 42,07 | 42,28 | 0,06 |
dos grupos son descritos con un grupo no suizo. Dicha disminución no se observa en las diferencias entre italoparlantes y francoparlantes: entre los grupos suizos son considerados como más parecidos entre sí, en tanto que «latinos» por oposición o «germánicos».
D. El cruce de las pertenencias categoriales
No siempre que haya varias categorías en un campo social habrá forzosamente acentuación de los contrastes. Como acabamos de ver es posible que la pertenencia común a una categoría supra-ordinada debilite el juego del proceso de categorización. Por otra parte, múltiples pertenencias categoriales pueden cruzarse entre sí de forma que los mismos individuos pertenezcan a categorías diferentes según un primer criterio y a una misma categoría según un segundo criterio.
Imaginemos un caso simple de cruce de pertenencias categoriales. Los sujetos experimentales pertenecen a dos categorías según un criterio: son chicos y chicas. Según otro criterio pertenecen igualmente a dos categorías: a un grupo experimental «rojo» y a uno «azul». Hagamos que estas dos pertenencias se crucen de manera que cada grupo de chicos o de chicas esté compuesto por una mitad de «azules» y una mitad de «rojos» y que cada grupo de «azules» o «rojos» esté formado por una mitad de chicos y de chicas. Para cada uno de los sujetos, una parte de los miembros de una categoría de pertenencia pertenece a una categoría diferente a la suya, según otro criterio.
¿Cómo funcionará en dicha situación el proceso de diferenciación categorial, si ambas pertenencias categoriales son consideradas pertinentes por los sujetos? Debería haber acentuación de las diferencias entre las dos categorías sexuales, pero también entre las dos categorías experimentales. Al mismo tiempo debería existir acentuación de las diferencias en el interior de una misma categoría, ya que en cada ocasión está formada por dos categorías diferentes según otro criterio. Por las mismas razones, debería haber acentuación de las semejanzas en el interior de una misma categoría y con una parte de los miembros de la otra categoría. De esta forma habrá conflicto entre la acentuación de las diferencias y las semejanzas en el interior de una misma categoría y entre categorías opuestas. En dicho caso, podemos esperar que los efectos opuestos debiliten la diferenciación categorial. Y eso fue lo que intentamos demostrar experimentalmente (Deschamps y Doise, 1979).
La situación experimental comprendía dos fases: la primera estaba destinada a examinar el funcionamiento de la diferenciación categorial cuando se cruzan varias pertenencias; en dicha situación debería disminuir la diferenciación. La segunda fase debía introducir una vez más una categorización simple y preexistente, con el fin de mostrar que su efecto diferenciador no sería modificado por la experiencia. En esta experiencia participaron alumnos de nueve a diez años de cinco clases de una escuela primaria de las afueras de Ginebra. Pudieron formarse diez grupos experimentales, cada uno de ellos constituido por doce sujetos (seis chicos y seis chicas de la misma clase). Cinco de estos grupos participaron en la experiencia en una condición de categorización simple. En cada grupo se pedía a los chicos que tomaran asiento a un lado de una diagonal trazada sobre una mesa y a las chicas que lo hicieran del otro lado. Para los otros cinco grupos se elaboró experimentalmente una condición de categorización cruzada. Al igual que en la otra condición, chicos y chicas estaban sentados a ambos lados de una diagonal trazada sobre una mesa. Además, tres chicos y tres chicas eran denominados los rojos y los otros, los azules. Se distribuían bolígrafos a estos alumnos, seis bolígrafos rojos y seis azules, observando que existía un grupo de rojos y un grupo de azules. La otra diagonal de la mesa separaba a estos dos grupos.
Una vez instalados los niños, se les pedía que realizaran de forma individual ciertas tareas simples de tipo «papel y lápiz», como los juegos que encontramos en la prensa infantil: laberintos, dominós, llenar los diálogos de un cómic, crucigramas. Previamente se había comprobado que estas tareas no eran consideradas masculinas o femeninas. Una primera serie de juegos servía como preparación y el experimentador los realizaba con los niños. Luego, cada niño realizaba por sí solo una segunda serie de juegos, antes de calcular cuántos juegos había logrado hacer cada uno de los doce miembros del grupo experimental (incluido él o ella). Se trataba de atribuir a cada uno de ellos una nota entre O y 4. Cada sujeto tenía los nombres de los doce miembros escritos en una hoja de respuesta. En el caso de la categorización simple se alternaban dos nombres de chicos y dos nombres de chicas; en la categorización cruzada se realizaba la misma alternancia, pero también se alternaba el nombre de un sujeto rojo (escrito con ese color) y el nombre de un sujeto azul (escrito con azul). Las respuestas a este cuestionario constituían las variables dependientes de la primera fase de la experiencia.
Una vez finalizada la primera fase, se entregó a los niños un segundo cuestionario, cuya finalidad era recoger las representaciones más generales sobre su propio grupo de pertenencia sexual y sobre el otro grupo. Luego se invitaba a los sujetos a que indicaran, en una lista de adjetivos, cuáles eran los atributos que caracterizaban o no a su sexo y, en una lista idéntica, los relacionados o no con el otro grupo. Esta lista de 33 adjetivos había sido elaborada previamente a partir de entrevistas con niños y había sido sometida a una población de chicos y chicas, a quienes se preguntaba si estaba bien o mal poseer cada una de esas características. Un consenso muy sólido nos permitió determinar la connotación evaluativa de cada adjetivo.
Regresemos a la primera fase: ¿tuvo el cruce de pertenencias el efecto previsto? Para comprobarlo comparemos la atribución de las notas por parte de los niños en las dos condiciones experimentales. En la condición de categorización simple existe una diferencia entre las atribuciones hechas a su propia categoría y las hechas a la otra categoría; esta diferencia desaparece en la condición de categorización cruzada (tabla V). En esta última condición tampoco hay diferencia alguna en términos de categorías de color. De este modo queda demostrado que el cruce de las pertenencias categoriales puede anular el efecto diferenciador.
tabla V. — Medias de las estimaciones del rendimiento del otro
Categorización simple Categorizaciones cruzadas
| Chicos | Chicas | Total | Chicos | Chicas | Total |
Chicos Chicas | 3,19 3,18 | 2,66 3,32 | 2,93 3,25 | 3,20 3,21 | 3,18 3,19 | 3,19 3,20 |
Chicas significativas del análisis de varianza:
— mismo sexo, otro sexo: 10,79; d.l. 1,116; p<0,01;
— mismo sexo, otro sexo X condiciones experimentales: 10,72; d.l. 1,116; p<0,01;
— mismo sexo, otro sexo X sexo de los sujetos: 4,61; d.l. 1,116; p<0,05.
Resulta obvio observar que los dos sexos no gozan del mismo status en nuestras sociedades. Esta diferencia intervino en las atribuciones experimentales. Los chicos diferencian en mayor medida que las chicas las atribuciones que hacen a ambos grupos, pero este resultado es, una vez más, propio de la condición de categorización simple y no aparece en la otra condición. Esto confirma que la dinámica propia de una situación, incluso experimental, puede contrarrestar los determinismos provenientes del exterior.
Ahora veamos si las condiciones experimentales ejercieron un efecto sobre las representaciones más generales recogidas en las listas de adjetivos de la segunda fase. Todo hace pensar, como estaba previsto, que esto no fue así: los análisis trataban sobre el número de adjetivos positivos y negativos atribuidos a los dos sexos. Chicos y chicas atribuyen un número significativamente mayor de adjetivos positivos y un número considerablemente menor de adjetivos negativos a su propia categoría que a la otra categoría. Las condiciones experimentales no modifican de forma sensible estas atribuciones. Por el contrario, la asimetría «sociológica» tiende a manifestarse en ambas condiciones: las chicas atribuyen a los chicos un mayor número de adjetivos positivos y un menor número de adjetivos negativos de los que reciben de ellos. Así pues, el efecto del cruce está relacionado con la especificidad de una situación cuyos límites no trasciende.
También hemos estudiado de otra manera los efectos de un cruce de pertenencias. Se invitó a varias jóvenes a que describieran, mediante una lista de adjetivos, a las personas del sexo femenino, a las personas de sexo masculino, a los jóvenes y a los adultos (categorizaciones simples) o bien, en otra condición, a jóvenes de sexo femenino, a jóvenes de sexo masculino, a los adultos de sexo femenino y a los adultos de sexo masculino (ca-tegorizaciones cruzadas). De esta forma, cada sujeto tenía que describir a cuatro grupos, rodeando con un círculo las palabras «sí» o «no» cada vez que pensaba que un adjetivo se aplicaba un poco o totalmente, no tanto o nada en absoluto, al grupo en cuestión. La variable dependiente sumaba el número de adjetivos en que, en cada ocasión, dos grupos habían recibido una respuesta diferente por parte del mismo sujeto. Las diferenciaciones hechas entre hombres y mujeres son siempre más fuertes que las hechas entre jóvenes, hombres o mujeres, o entre adultos, hombres y mujeres. Asimismo, las diferenciaciones son más fuertes entre jóvenes y adultos que entre hombres jóvenes y adultos, o entre mujeres jóvenes y adultas. Una vez más, un cruce de pertenencias ha debilitado el proceso de categorización.
Más recientemente, Park y Rothbart (1982, experiencia 2) pidieron a estudiantes de ambos sexos que describieran a mujeres graduadas en una disciplina considerada masculina (física, economía), a hombres graduados en una disciplina «femenina» (letras, danza) y a hombres o mujeres graduados en una disciplina «apropiada» para su sexo. En nuestra opinión, en los primeros casos se trata de categorizaciones cruzadas y en los últimos de catego-rizaciones simples por lo que respecta a las pertenencias sexuales y profesionales. En el caso de categorizaciones cruzadas se atribuye un menor número de rasgos característicos de los estereotipos sexuales y un mayor número de rasgos que van en contra de estos estereotipos.
Podemos considerar que cada individuo se encuentra en la intersección de múltiples cruces de pertenencias. Pero esta singularidad queda oculta de cierta manera cuando dicho individuo es asociado a otro individuo con quien comparte una pertenencia. De esta forma hemos comprobado en repetidas ocasiones (Doise, 1976) que los estereotipos intervienen de forma más pronunciada cuando dos miembros de una categoría se encuentran con dos miembros de otra categoría, en comparación con una situación en la que un solo miembro de una categoría se ve confrontado con un solo miembro de otra categoría. En los encuentros individuales, numerosas pertenencias se mezclan entre sí en los juicios, en un encuentro colectivo predominan las pertenencias comunes a una parte y diferentes de la otra parte.
E. La categorización en actos
Los fenómenos hasta aquí mencionados estaban relacionados sobre todo con las percepciones y evaluaciones que los miembros de un grupo se forman de su grupo y del otro grupo. Pero el proceso de categorización interviene de forma igualmente pronunciada en las acciones de los grupos sociales; explica cómo se refuerzan o debilitan las convergencias o las separaciones sociales; en otras palabras, cómo se estructura la realidad social. Durante mucho tiempo esta pertinencia del proceso de categorización social que explica la actividad de los individuos integrados en grupos ha sido pasada por alto, quizá debido al origen perceptivo de las investigaciones sobre la categorización. Por otra parte, es un hecho que el estudio experimental de la interacción de los grupos ha utilizado otros conceptos. M. y C. W. Sherif (1979) insisten en la necesidad de estudiar los proyectos de los grupos para comprender las modalidades de su interacción. Reseñemos dos de sus experiencias. En la primera, un grupo de niños, todos bien adaptados, se dedicaba a actividades agradables que requerían la participación de todos los miembros. Una cohesión intragrupal (evaluada mediante elecciones sociométricas) se desarrollaba de manera espontánea hasta que los experimentadores formaban dos grupos de manera que los mejores amigos quedasen separados. Los dos grupos así constituidos tenían entonces que interactuar en juegos agradables, pero competitivos, donde la victoria de un grupo sólo podía obtenerse a través de la derrota del otro. Esto bastaba para modificar la estructura de la red de elecciones personales. Las amistades nacidas durante la primera fase, pero que trascendían las fronteras de los nuevos grupos, tendían a desaparecer. Los elecciones sociométricas no sólo se mantenían dentro de cada grupo, sino que también se desarrollaba una hostilidad entre ambos grupos, que se exteriorizaba a través de insultos y riñas. La multiplicación de los encuentros no competitivos entre ambos grupos, que organizaban los experimentadores, no llegaba a reducir la tensión en sus relaciones.
En la segunda experiencia, Sherif y sus colaboradores formaron desde un principio dos grupos separados. Una vez que ambos grupos habían sido bien estructurados, se les informaba que existía otro grupo. En ese momento, la dirección del campamento, que había sido reestructurada por los experimentadores, organizaba un torneo entre ambos grupos. Como se esperaba, la competición entre los grupos dio rápidamente lugar a conductas de hostilidad manifiesta. Una vez más, varios encuentros y contactos no competitivos organizados por la dirección del campamento, como comidas o una sesión de cine, no condujeron a una disminución de la tensión. El apaciguamiento solamente sobrevenía cuando se colocaba a ambos grupos, en varías ocasiones, en situaciones que les imponían un esfuerzo común para resolver, rjrnhlfTrm^ H^ fefM^ifíicie^pars'Hrjdosr'íüfi" varías"ocásiones; los organizadores se las habían arreglado para colocar en esta fase de la experiencia a ambos grupos ante dificultades que no podía superar uno solo de los grupos. Así, por ejemplo, había que descubrir la causa de una falta de agua, pagar un elevado precio por una película y reparar el camión que debía ir a buscar las provisiones. Esta serie de objetivos de interés superior (superordinate goals, en inglés), que requería el esfuerzo común de ambos grupos, reducía de forma progresiva la hostilidad entre los dos grupos.
El principal interés de estas dos investigaciones de Sherif reside en que muestran de forma clara que las relaciones entre grupos son determinadas por los proyectos de los grupos en interacción. Cuando la realización de los proyectos de varios grupos resulta incompatible, aumentan las tensiones. Para que aparezca una tensión no es necesario que los proyectos sean de interés vital. Basta con que ocupen la totalidad del campo psicológico en una situación determinada, como sucede con los juegos en una colonia de vacaciones. Por otra parte, la introducción de un proyecto de interés superior que requiera la colaboración entre ambos grupos hará desaparecer la hostilidad provocada por un conflicto de interés menor. En otro estudio (Doise, 1976) mostramos cómo otros investigadores se han encontrado con los mismos resultados principales de estas experiencias en contextos sumamente diferentes.
Otra noción importante es la de la suerte o destino común, ilustrada por la experiencia de Rabbie y Horwitz (1979). En esta experiencia, grupos de ocho personas que no se conocen entre sí acuden al laboratorio y son repartidas, alegando razones administrativas en un grupo azul y otro verde. Se les dice que la experiencia trata sobre la elaboración de primeras impresiones de otras personas. Repartidos en los dos grupos, los sujetos primero responden de forma individual a un test y a un cuestionario, antes de describir dos fotos. Luego, el experimentador les anuncia que la recompensa por participar en la experiencia tan sólo consiste, desgraciadamente, en cuatro radios de transistores que serán concedidos a los miembros de un solo grupo, ya sea al azar, según las condiciones experimentales, o bien por decisión del experimentador, o bien por un voto de todos los ocho participantes en la experiencia. Más tarde, uno de los grupos recibe en efecto las cuatro radios de transistores. En la condición de control, el experimentador no menciona la recompensa. Es entonces que los sujetos se presentan brevemente y dan sus «primeras» impresiones sobre todos los participantes, mediante las mismas escalas que ya habían sido empleadas para describir las fotos. Asimismo se les pide que describan las características generales de ambos grupos. Si no existen diferencias entre las descripciones de su propio grupo y las del otro grupo en la situación de control (ausencia de recompensa), las diferencias son significativas en los grupos experimentales. Las personas que habían recibido la recompensa, pero también aquellas cuyas esperanzas de recibirla habían quedado frustradas, en general describen a los miembros de su propio grupo y las. características de dicho grupo de forma más favorable que a los miembros y la atmósfera del otro grupo. El sólo hecho de compartir un mismo destino, independientemente de cómo se inflija éste, basta así para provocar una discriminación evaluativa en favor de su grupo de pertenencia.
Pero, ¿por qué el hecho de compartir el mismo destino, un destino diferente del de otro grupo, provoca un sesgo en favor de su grupo de pertenencia? Rabbie lo explica en términos de anticipación de interacciones: sería más agradable anticipar una interacción con individuos que hayan vivido una misma situación que con individuos cuyas vivencias hayan sido diferentes. Sin duda alguna, las nociones de proyecto o de destino común son de gran importancia para comprender las relaciones entre grupos. Estas nociones explican toda una dinámica de representaciones (Doise, 1976) y atribuciones sociales (Hewstone y Jaspars, 1982) que justifican y anticipan los comportamientos de los miembros de un grupo respecto a los miembros de otro grupo, que a menudo arrastra a todos ellos hacia una espiral de desconfianza y hostilidad recíprocas. En nuestra opinión, estas nociones deben ser relacionadas con el modelo de categorización: el objetivo o el destino común instituyen la pertenencia común a una categoría social, al igual que dicha pertenencia puede facilitar la adhesión a un proyecto común o la experimentación de un destino específico. Debido a que producen efectos de categorización tanto a nivel de acción como a nivel de evaluación y percepción, los objetivos y destinos comunes refuerzan o debilitan las separaciones y las convergencias entre grupos.
F. Identidad e incomparabilidad sociales
Las pertenencias categoriales intervienen en gran parte en la definición que de sí mismo hace cada individuo. Los individuos comparan las ventajas y los inconvenientes de sus categorías de pertenencia con las de otras categorías e intentan mejorar el status respectivo de sus categorías de pertenencia. Esta idea constituye el fundamento de toda una serie de experiencias realizadas por Tajfel (1981) y sus colaboradores. Por regla general, estas experiencias utilizan un procedimiento experimental que sólo permite que los individuos se comparen y evalúen a través de sus categorías de pertenencia creadas de forma experimental. Por lo general, los sujetos son alumnos de una misma clase, de escuela secundaria, pero cada uno de ellos es informado de forma individual de su pertenencia a uno u otro grupo experimental, sin que sepa a cuál de los dos grupos pertenece cada uno de sus compañeros. La experiencia continúa con un estudio de las tomas de decisión: mediante varias matrices, los sujetos deciden qué recompensa han de recibir sus compañeros por participar en la experiencia. Cada matriz se refiere a las recompensas que han de darse a dos alumnos; estos últimos pueden pertenecer a la misma categoría o a dos categorías diferentes. Los sujetos nunca saben a quién irán a parar las recompensas: tan sólo conocen la pertenencia categorial y los números de código de quienes las reciben. Nunca se otorgan las recompensas a sí mismos. En la tabla VI puede verse un ejemplo de las matrices utilizadas.
De forma muy regular y en experiencias efectuadas en varios países se comprueba un mismo resultado: si los individuos pueden elegir entre dos estrategias, ya sea dar mucho a un miembro de su grupo, dando aún más a un miembro del otro grupo, o bien dar menos en valores absolutos a un miembro de su grupo, dándole más que a un miembro del otro grupo, muy a menudo se impone la segunda estrategia. Dicho de otra manera, más que por las ganancias en valor absoluto, los sujetos se sienten atraídos por las ganancias en valores relativos; lo que importa es que su grupo gane más que el otro, incluso si esto implica una disminución en valores absolutos de las ganancias de su grupo. Al recurrir a esta estrategia, los sujetos se construyen una identidad positiva, ya que su grupo se impone al otro.
tabla VI. — Ejemplo de matriz de remuneración utilizada por Tajfel (1981)
7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19
1 3 5 7 9 11 13 15 17 19 21 23 25
Con cada matriz se informa a los sujetos a qué grupo pertenece el individuo que recibirá los valores de arriba y a cuál pertenece el individuo que recibirá los valores de abajo. Los sujetos eligen una sola columna por matriz para renumerar a estos individuos. Si los valores de arriba son destinados a un miembro del grupo al que pertenecen también los sujetos y los de abajo a un miembro de otro grupo, la elección de una columna situada a la izquierda indica una estrategia que. disminuye el valor absoluto de las ganancias atribuidas al grupo de pertenencia en beneficio de una diferenciación positiva entre este grupo y el otro grupo.
Otra estrategia empleada por los grupos se basa en su búsqueda de originalidad, e incluso de incomparabilidad social. Lemaine (1979) estudia así la invención de estrategias alternativas entre los grupos desfavorecidos en comparación con otros grupos. Al inventar nuevos criterios de comparación e imponiéndolos posteriormente, un grupo que sufre de entrada de una comparación desfavorable con otro grupo, puede invertir estas relaciones. De esta forma, cuando en una colonia de vacaciones se organiza una competición de construcción de chozas entre dos grupos y el azar atribuye a uno de éstos el uso de cordel y al otro no, el grupo desfavorecido tiene, lógicamente, mayores dificultades para vencer que el otro. Al principio rechaza la comparación, no deja que los demás inspeccionen su labor, pone en duda que la choza del otro grupo sea realmente una choza, diciendo que se parece más a una casa, pues tiene varias habitaciones. Más tarde, el grupo desfavorecido decide construir un jardincillo alrededor de su choza y lucha por que la evaluación de los arbitros también tenga en cuenta este aspecto de su trabajo. Lemaine también ha provocado la búsqueda de incomparabilidad y originalidad en situaciones menos competitivas, por ejemplo, cuando se invita a dos estudiantes a que coloreen hojas de papel para prepararse a participar en una encuesta sobre la importancia de los colores en el entorno. En dicha situación basta con que una estudiante diga que es «muy buena para los colores» para que la otra cuide más el dibujo y la composición que el trabajo en sí con los colores. Dichas estrategias de no-comparabilidad e invención de nuevos criterios a menudo constituyen el origen de dinámicas de innovación y creación en los campos del arte y la investigación científica. En varias ocasiones, algunos investigadores han intentado oponer entre sí las hipótesis derivadas del modelo de la categorización y de la teoría de la identidad o de la comparación social. En nuestra opinión, estos diferentes enfoques se complementan, de manera que las teorías de la identidad o de comparación especifican las condiciones en que las pertenencias a grupos adquirirán un cierto relieve, activando así las dinámicas del proceso de categorización.
G. Identidades individuales y colectivas
Las dos vertientes del proceso de categorización son la acentuación de las diferencias entre grupos y la acentuación de las semejanzas dentro de los grupos. Pero el proceso no se desarrolla de manera simétrica en todos los grupos afectados. Los grupos de status superior presentan una mayor tendencia a distanciarse de un grupo de status inferior que la manifestada por estos últimos respecto a los primeros. Pero se trata de una tendencia general que con mucha frecuencia se ha observado -cuando varios grupos debían evaluarse recíprocamente, pudiendo invertirse esta tendencia en los comportamientos. En efecto, estos últimos pueden pretender el cambio de las relaciones establecidas. En varias ocasiones, las investigaciones realizadas con matrices de recompensa, que permiten evaluar las conductas de discriminación y diferenciación, muestran que son los grupos de status menos elevado o menos seguro quienes se comportan de una forma más discriminatoria ante el otro grupo (Deschamps y Personnaz, 1979). Todo parece indicar que estos grupos, al reconocer su status menos favorable, tienden a invertir de manera activa las relaciones dominantes.
A menudo, otra asimetría se manifiesta en el funcionamiento del proceso de categorización: la homogeneización entre miembros de un mismo grupo puede manifestarse con mayor facilidad cuando se trata de describir a otro grupo que cuando hay que describir al propio grupo de pertenencia. Así, Park y Rothbart (1982) muestran cómo hombres y mujeres ven un menor número de rasgos estereotipados y un mayor número de rasgos antiestereotipos entre los miembros de su propia categoría sexual que entre los miembros de la otra categoría. Por otra parte, una investigación anterior (Deschamps y Doise, 1979) ya había puesto de relieve una fuente específica de percepción de variación dentro del grupo de pertenencia: el status particular que el individuo se atribuye a sí mismo. Al menos en los grupos de status relativamente alto, cada individuo tiende a atribuirse a sí mismo una evaluación más favorable que la que concede a los otros miembros del grupo. Una diferenciación entre grupos puede ir acompañada perfectamente de una diferenciación entre uno mismo y el resto del grupo de pertenencia. J.-C1. Deschamps (1979) analiza estos fenómenos en términos de relaciones entre dominadores y dominados: los primeros aplican a los segundos una definición colectiva, reservándose para sí mismos y, en cierta medida, para los demás miembros de su grupo el derecho a una identidad individual. Esta tesis concuerda con los resultados de las investigaciones sobre la atribución que muestran que las personas de status más alto generalmente son consideradas más autónomas y menos determinadas por el contexto social que las personas de status relativamente menos elevado (Doise, Deschamps, Mugny, 1978, capítulo II).
Una tesis clásica en los estudios sobre las relaciones entre grupos afirma precisamente que la desindividualización de los miembros de un grupo facilita un comportamiento discriminatorio y hostil contra ellos. Tres investigaciones de Wilder (1978) están relacionadas con esta tesis, ya que ilustran la dinámica contraria: el debilitamiento de un aspecto de la categorización, la homogeneización de los miembros de un grupo, hace más difícil el otro aspecto de la categorización: la diferenciación entre grupos. Al hacer menos homogénea la percepción de un grupo, se hace más difícil la discriminación contra él. En una primera experiencia reseñada por Wilder, los sujetos pertenecientes a un mismo grupo experimental deben tomar decisiones acerca de las recompensas que hay que conceder a los miembros de su propio grupo y a los miembros de otro grupo. Existen dos condiciones experimentales. En la primera, se dice que los miembros del otro grupo han adoptado una decisión unánime al pronunciar un veredicto en un proceso ficticio. En la segunda se dice que existe división de opiniones respecto al mismo veredicto. Al ser confrontados con un grupo unánime, los sujetos manifiestan la discriminación habitual en favor de los miembros de su propio grupo. Por el contrario, confrontados con un grupo cuyas opiniones están divididas, los sujetos ya no manifiestan dicha discriminación, independientemente de que sus decisiones afecten a un miembro mayoritario o a un miembro disidente del otro grupo.
En una segunda experiencia se crea una cierta animosidad entre ambos grupos en competencia. Los grupos formados por sujetos experimentales son objeto de observaciones descorteses por parte del otro grupo. Durante la siguiente fase de la experiencia se les hace que pidan informaciones a dicho grupo. Esta petición es concedida de diferentes formas según las condiciones experimentales. En una condición de cooperación, la información pedida es entregada en una hoja firmada por el «Grupo B»; en una condición sin cooperación, el otro grupo decide colectivamente no transmitir la información pedida, pretextando falta de tiempo; en una condición de cooperación parcial de grupo, una parte de la información es transmitida en nombre de todo el otro grupo, que declara, no obstante, no poder proporcionar toda la información, ya que solamente la mitad de sus miembros están dispuestos a ayudar al primer grupo; por último, en una condición de cooperación parcial e individual, se transmiten las mismas informaciones que en la condición anterior, pero en hojas individuales firmadas por ciertos miembros del otro grupo, las otras hojas individuales sólo contienen una negativa. Finalmente, en una última fase, los sujetos que piden la información tienen que decidir las recompensas que hay que repartir entre los miembros de su grupo y los del otro grupo. Para ello disponen de una suma de 30 dólares. En las condiciones sin cooperación y cooperación parcial de grupo, los sujetos conservan para su propio grupo un promedio de 24 dólares de los 30 que poseen para distribuir. La discriminación en favor del grupo de pertenencia resulta significativamente menos pronunciada en las condiciones de cooperación y de cooperación parcial e individual, donde los sujetos deciden conservar para su grupo un promedio de 17,50 dólares y 20,22 dólares, respectivamente. Una actitud colectiva de cooperación, así como las decisiones individuales que no siguen necesariamente en su totalidad el sentido de la cooperación, atenúan la discriminación; una negativa a cooperar y una decisión colectiva de ayuda parcial, la acentúan.
Una tercera experiencia 'de Wilder llega a los mismos resultados de la anterior en las condiciones de cooperación parcial y comprueba, además, que basta con que una decisión del grupo deje en libertad a sus miembros para que decidan por sí mismos para que incluso esta decisión colectiva provoque una mayor discriminación contra este grupo. De este modo, un individualismo proveniente de un consenso no bastaría para que un grupo ya no sea tratado como un grupo.
Si en ciertas condiciones la individualización de los miembros de un grupo suscita una mayor equidad respecto al grupo en su conjunto, Worchel y Andreoli (1978) estudian la individualización como una variable dependiente. Estos autores muestran cómo la anticipación de un comportamiento favorable hacia una persona implica una memorización más fácil de sus características individuales, mientras que la anticipación de un comportamiento desfavorable hacia otra persona facilita la memorización de informaciones más impersonales, como el lugar de nacimiento, de residencia, la edad, etc. Esto constituye otro indicio de que la agresión y la discriminación acompañan a la desindividualización, al igual que la cooperación y el destino favorable acompañan a la individualización. No se trata de causalidades unidireccionales, ya que los efectos se ejercen en sentidos opuestos; las variables dependientes en una experiencia pueden convertirse en variables independientes en otra y viceversa.
H. Conflictos y negociaciones intergrupales
A primera vista, la dialéctica entre relaciones individuales y relaciones intergrupales puede parecer un problema abstracto y teórico, ya que la realidad concreta de las relaciones sociales siempre combina dinámicas individuales y colectivas. Sin embargo, para un especialista de las negociaciones entre grupos (Stephenson, 1981) hay que proceder a explicar estos dos tipos de dinámicas si se quiere llegar a comprender los fenómenos tan complejos que se producen cuando representantes de un grupo se reúnen, generalmente en una situación conflictiva, con representantes de otro grupo para determinar las futuras modalidades de las relaciones entre ambos grupos. Cuando los negociadores entran así en contacto, estamos ante relaciones entre grupos, pero también ante individuos que interactúan con otros individuos. Es este último aspecto el que ha sido estudiado en el estudio experimental de la negociación (véase por ejemplo, Magenau y Pruitt, 1979). Pero si bien ya se conocen suficientemente bien las dinámicas que caracterizan una negociación individual, quedan por estudiar aún más las características propias de las negociaciones colectivas.
Casi siempre las negociaciones se desarrollan entre varios representantes de cada parte. Esta característica de las negociaciones entre grupos ya implica, de forma casi inevitable, una polarización de las tomas de posición. Si varios individuos tienen que definir conjuntamente una posición respecto a otro grupo, esta toma de posición resulta más clara y extrema que si un individuo debe pronunciarse por sí solo en una situación similar (Louche, 1974-1975; Rabbie, 1979; Stephenson y Brotherton, 1975). De esta forma, Louche compara las negociaciones que se desarrollan en una situación individual y en una situación de grupo. Se invita a los sujetos a que representen a la dirección o al personal de una empresa, ya sea individualmente o bien en grupos de dos o tres personas. Desde la apertura de las negociaciones, las posiciones de los negociadores se encuentran mucho más alejadas de las de sus oponentes en las situaciones de grupo que en las situaciones individuales. Las representaciones que se elaboran de la otra parte son igualmente más intensas en las negociaciones colectivas que en las negociaciones individuales. Durante una experiencia similar, Stephenson y Brotherton observan que los negociadores individuales llegan más a menudo a una solución de compromiso; en una negociación colectiva resulta más difícil la elaboración de compromisos y, con frecuencia, la discusión continúa hasta que se impone una parte o la otra. Según los mismos autores, la discusión puede resultar más dura si es colectiva, ya que se corre menos riesgo de ofender personalmente a miembros de la otra parte.
Asimismo, en varias ocasiones hemos comprobado la existencia de diferencias entre encuentros individuales y colectivos (Doise, 1976), explicándolas por el hecho de que, en un encuentro colectivo, el proceso de categorización se actualiza con mayor facilidad: la convergencia hacia uno o varios miembros del propio grupo y la divergencia respecto a los miembros menos individualizados del otro grupo se refuerzan recíprocamente. Señalemos que una negociación individual entre representantes dotados de un status subalterno dentro de su grupo de origen difícilmente llega a un compromiso, puesto que dichos representantes tan sólo cuentan con un estrecho margen de maniobra respecto a las posiciones decididas por sus grupos (Lamm, 1973). Por otra parte, los jefes de un grupo pueden endurecer las exigencias que hacen a otro grupo a fin de reforzar su status y aumentar la cohesión dentro de su grupo (Rabbie, 1979).
El acercamiento entre las posiciones de dos grupos también puede resultar más difícil debido a las modalidades técnicas de la situación de negociación. Las investigaciones de Morley y Stephenson (1977) ilustran con mucha claridad este tema. Estos autores comparan situaciones de negociación cara a cara con situaciones en que ellos mismos aumentan literalmente la distancia entre las dos partes negociadoras, haciéndolas invisibles una para otra y dejándoles por única posibilidad la comunicación telefónica. En estas situaciones con comunicaciones más restringidas, los compromisos se elaboran con mayor dificultad que en las negociaciones cara a cara y son generalmente las relaciones de fuerza que existen previamente las que salen reforzadas de la negociación. Stephenson (1981) insiste en la necesidad de articular de forma adecuada los aspectos interpersonales y los aspectos colectivos para que una negociación tenga éxito: resulta de gran importancia que las posiciones de grupo se expresen con mucha claridad, pero también que las tentativas más individuales de interpretación e integración de los puntos de vista opuestos puedan intervenir en el desarrollo de las negociaciones. Este mismo autor reseña los resultados de observaciones de negociaciones reales que parecen confirmar una alternancia entre dinámicas más colectivas y más individuales.
La intervención de una tercera parte también puede resultar muy importante para facilitar u obstaculizar el desarrollo de una negociación. Tou-zard (1977) ha consagrado una importante obra al status de la mediación en la solución de conflictos intergrupales. De cierta manera, en una situación de conflicto el mediador debe representar los valores de la sociedad que indiquen la orientación que debería tomar la negociación. Por consiguiente resulta muy importante que el mediador tenga una concepción de su papel y una forma de intervenir que concuerde con la naturaleza del conflicto, ya que una mediación demasiado técnica puede pasar por alto los aspectos ideológicos y simbólicos de un conflicto o viceversa. Un estilo de mediación inadaptado puede acentuar el conflicto y hacer que su solución resulte aún más difícil.
El poder de sanción de que dispone una tercera parte que desempeñe un papel de mediación puede constituir un factor determinante. Las dificultades de las relaciones entre grupos y sobre todo la espiral de desconfianza que se desarrolla en su seno son conocidas por las propias personas que participan en dichas relaciones. Pero ¿qué garantías pueden tener de que esta espiral se romperá? Tras crear una situación en la que los miembros de dos grupos debían repartir recompensas entre los grupos, Ng (1981) observa la discriminación habitual en esta condición. Por el contrario, en otra situación, el experimentador hace creer a los sujetos que únicamente ellos decidirán las recompensas para su propio grupo y para el otro grupo. En esta condición, la discriminación en favor del grupo de pertenencia prácticamente no se manifestaba, ya que los sujetos no podían esperar un comportamiento discriminatorio por parte de los miembros del otro grupo. De este modo, un grupo adoptaría una posición injusta hacia el otro grupo, a fin de prevenir posibles discriminaciones de su parte. En nuestra opinión, éstas son representaciones justificadoras (Doise, 1976), y Ng (1982) comprueba en una experiencia más reciente que no siempre basta con atribuir un poder unilateral a un solo grupo para que éste adopte una posición equitativa. Algo que resulta obvio. De ahí el papel que con frecuencia se atribuye a un poder arbitral.
Las competiciones deportivas muestran cómo dicho poder arbitral, aceptado por las partes antagonistas, puede fijar límites a las dinámicas de categorización. Pero en las competiciones deportivas, las reglas y lo que está en juego son definidos con claridad y aceptados de común acuerdo. Pero éste no es ni con mucho el caso en otras modalidades de relaciones entre grupos que ocupan a menudo posiciones no intercambiables y que conducen a definiciones totalmente heterogéneas de una misma situación. A pesar de las dificultades que presenta su concepción y ejercicio, la intervención de un poder mediador ofrece una posibilidad de romper un circula vicioso a los grupos antagonistas. Pero el éxito duradero de una mediación depende de la medida en que ésta logre integrar las relaciones entre grupos particulares dentro de un conjunto más amplio de relaciones sociales.
I. Proyección
Las pertenencias categoriales que intervinieron en las experiencias citadas en este capítulo fueron sumamente diversas: categorías de sexo, nacionalidad, profesión, categorías que ya existían antes de la situación experimental y categorías cuya duración no rebasa la de la interacción experimental. Por supuesto, no damos un status idéntico a todas estas categorías, pero pensamos que puede manifestarse un mismo proceso que acentúe las diferencias entre categorías y las semejanzas dentro de una misma categoría, cuando las características de una situación ponen de relieve estas pertenencias categoriales durante un período más o menos prolongado. Estas situaciones pueden elaborarse de forma experimental, pero también se producen continuamente en la vida cotidiana y, lo que es más, es a través de estas situaciones que activan los procesos de categorización, que se producen y reproducen las características de una sociedad. Por ello no resulta sorprendente que los análisis de los hechos sociales, captados fuera de situaciones experimentales o descritos por especialistas de otras disciplinas, también recurran a nociones que pueden relacionarse con nuestra definición del proceso de categorización social. Para concluir este capítulo nos gustaría dar algunos ejemplos de estos análisis que concuerdan con las descripciones de las principales dinámicas esbozadas con anterioridad. Al evocar estos ejemplos no buscaremos ninguna exhaustividad, sino que nos limitaremos a aportar una o dos ilustraciones de cada una de las secciones del capítulo. Si no los incluimos en las propias secciones correspondientes no es porque quisiéramos dar una preeminencia exclusiva al análisis experimental de las dinámicas sociales, sino porque deseábamos respetar la originalidad de los diferentes enfoques teóricos y no forzar la inclusión de análisis elaborados desde otra óptica dentro del modelo de la categorización.
La descripción formal del proceso de categorización con sus dos proposiciones, una relativa a la acentuación de las diferencias y la otra a la acentuación de las semejanzas, es utilizada directamente en la práctica por 1os lingüistas. Así Liberman y sus colaboradores (1957) demuestran que de igual importancia en el interior de una misma categoría de sonido son confundidas. Actualmente, este principio constituye el fundamento de numerosas investigaciones sobre el desarrollo del reconocimiento de fonemas en los bebés. Pero sabernos que en otro campo totalmente diferente, Lévi-mitos y las máscaras circulan entre los grupos, cambiando de significado cuando atraviesan las fronteras. La diferenciación se transforma en inversión de símbolos y la homogeneización se convierte en unificación idealizada a nivel de representaciones de conductas dispares, como sucede cuando los miembros de un grupo afirman que entre ellos los matrimonios son exógamos y que en realidad muchos de ellos han celebrado matrimonios endógamos (Lévi-Strauss, 1958).
Cuando el sociólogo Windisch (1982) estudia la xenofobia en Suiza, vuelve a encontrar los fenómenos de homogeneización y de generalización estudiados por los experimentalistas. Además, muestra que aquellos que utilizan estos procedimientos para diferenciar su grupo nacional de los extranjeros, son también los que defienden más encarnizadamente una representación unificadora y normativa de su grupo, relegando a la categoría de desviación, por demás fruto de la «influencia» extranjera, aquellos comportamientos que contradicen esta visión unitarista. Otro sociólogo describió hace ya mucho tiempo cómo el cruce de las pertenencias puede debilitar las dinámicas de categorización: «Una sociedad, asolada por una docena de oposiciones cuyas líneas de separación corren en múltiples sentidos, puede conocer menor violencia y explotar con menor rapidez que una sociedad dividida por una sola línea de oposición. Cada nueva separación contribuye a reducir una fisura general, de manera que podemos decir que una sociedad es mantenida unida por sus conflictos» {Ross, 1920, pág. 165). Lorwin (1972) estudia en Bélgica un cruce de pertenencias lingüísticas y político-ideológicas que podrían ilustrar esta tesis de Ross. Los etnólogos describen también cruces de pertenencias. Una clase que, en términos de Jaulin, se denomina «gente de uno» y que está constituida por el conjunto de las personas con quienes el individuo no puede contraer matrimonio, puede cruzarse con la clase de «gente del otro», entre quienes el individuo elige a su esposa. Dicho cruce entre dos grupos puede realizarse por cohabitación en viviendas colectivas y constituiría un factor de equilibrio y armonía: «Si la unidad social fundamental es un grupo en el que la gente de uno y la gente del otro están relacionadas, «entrecruzadas», este otro no será considerado de forma negativa como el no-uno, sino de forma positiva y como complementario. En estrictos términos de matrimonio, no cabe duda de que este otro será el no-uno, pero desde el punto de vista del orden social y de la unidad funcional, ya se trate de una unidad de residencia o un núcleo de fuerzas cuya naturaleza variará con las civilizaciones, este otro vendrá dado de forma positiva con el uno» (Jaulin, 1973, pág. 306).
La evolución de los estereotipos que los norteamericanos formulan sobre alemanes, rusos y japoneses es descrita por Ehrlich (1973) y resulta compatible con los efectos descritos en la sección sobre la categorización en actos: en 1942, los rusos eran aliados y su imagen era mucho más favorable que más tarde, cuando japoneses y alemanes se convirtieron en aliados de los norteamericanos en la guerra fría adquiriendo a su vez una reputación más positiva. En cierto modo, estas alianzas constituyen proyectos de interés superior en el sentido de Sherif y relacionan entre ellas dinámicas de comportamientos, representaciones y evaluaciones.
Los trabajos de Bourdieu y especialmente su libro La distinction (1979) constituyen verdaderos estudios de la diferenciación social en actos, pues describen cómo las identidades sociales se construyen a través del proceso de diferenciación en los campos más diversos de la vida social, desde la alimentación hasta la expresión de preferencias estéticas. Runciman (1972), como muchos otros, insiste en la necesidad de estudiar las comparaciones que las categorías y los grupos sociales hacen los unos respecto de los otros para comprender sus comportamientos políticos y sociales. Brown (1978) muestra cómo dichas comparaciones también revisten una gran importancia en la apreciación de una política de salarios, extendiendo así el alcance de las investigaciones de Tajfel al emplear precisamente matrices de remuneración.
Las asimetrías entre dinámicas de identidad individual y colectiva se encuentran hasta en los artículos de los periódicos franceses. Guillaumin (1972) descubre que los artículos de prensa sobre un adulto blanco, cristiano, de sexo masculino, espíritu sano y nacionalidad francesa no mencionan esas pertenencias categoriales. Por el contrario, cuando se trata, por ejemplo, de mujeres, niños, ancianos, negros, judíos, homosexuales o extranjeros, estas categorías de pertenencia son mencionadas de manera explícita. Todo ocurre como si a través de los periódicos, un grupo denominado categorizador, se erige en norma y marca explícitamente por su pertenencia a aquellos que pertenecen a otros grupos, los grupos categorizados. Un atleta puede romper un récord, pero una atleta romperá un récord femenino. Generalmente, los periodistas identifican, con mayor frecuencia, por su nombre, edad exacta u otras particularidades a los individuos pertenecientes al grupo categorizador, mientras que los miembros de los grupos categorizados son definidos, de entrada y con gran frecuencia, por sus pertenencias categoriales: «Niños, adolescentes (o jóvenes) y viejos son mencionados en tanto que tales, mientras que los adultos, por su parte, son particularizados mediante una edad definida en número de años, pero nunca se les designa como adultos» (Guillaumin, 1972, pág. 163). La banal frase: «El señor Arthur Hanne y su esposa hubieron de ser conducidos al hospital, al igual que un anciano de apellido Bourbon...» (ibid.} incluye al menos tres grados diferentes en la individuación y en la categorización.
Durante el año de la guerra de las Malvinas, del sitio de Beirut Oeste, el mundo entero ha podido seguir los avatares de negociaciones y mediaciones difíciles, pero que indican claramente que el principio mismo de una mediación es dilucidad los lazos entre un conflicto local y una relación de fuerzas más general. Entretanto, un país que se hallaba todo entero en estado de negociación permanece sometido al poder de su ejército, porque una de las partes de la negociación, el partido en el poder en Polonia, había perdido toda credibilidad. En un penetrante libro, Touraine y sus colaboradores (1982) nos informan sobre su trabajo con mililtantes de Solidaridad en seis ciudades polacas durante importantes fases del período de negociación. Este testimonio es precioso por razones históricas evidentes, pero también para el propósito, más limitado, de este capítulo de manual, ya que ofrece una ilustración más de un método de intervención sociológica elaborado por Touraine (1978) y que debe ser considerado como un verdadero método de negociación. Este método pretende conducir a una mejor comprensión de lo que está en juego, históricamente hablando, en un conflicto social. Para alcanzar esta definición, los defensores de una causa (por ejemplo, una estudiante, antinuclear, occitana, sindicalista) son confrontados con representantes de la parte contraria, a fin de que la definición de su identidad pueda construirse a través de las necesarias dinámicas de oposición. Luego, estos militantes trabajan más directamente con sociólogos para situar estos principios de identidad y de oposición en el contexto más amplío de una definición de los riesgos que encierra la lucha para el conjunto de la población. A primera vista, dichas intervenciones sociológicas se hallan muy alejadas de las situaciones estudiadas por los psicólogos sociales experimentalistas y especialistas de la negociación. Sin embargo, estas intervenciones requieren un dominio continuo de las dinámicas psicosociológicas intragrupales e intergrupales que ellas mismas provocan y que resultan indispensables para generar una nueva realidad social.
Podríamos ampliar aún más esta proyección de los estudios experimentales del proceso de categorización social. No obstante, pensamos que ya hemos alcanzado nuestro objetivo: convencer al lector de que el estudio de este proceso explica dinámicas que se encuentran en el centro de múltiples problemáticas que constituyen los objetos principales de análisis de varias ramas de las ciencias humanas.
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