Rumor prefacio

Allport y Postman: Psicología del Rumor.

PREFACIO

Gran PARTE de la conversación de sociedad es intercambio de rumores. En nuestra cotidiana chismografía tomamos y damos nutri­das listas de chismes —no siempre inofensivos—. Llamaremos rumor ocioso al no comprobado, al que llena el diálogo cuyo objeto no sea otro que transcurrir un rato amable con nuestros amigos. Al pasar un rumor a un amigo, tal vez no pretendamos ir más allá de cuan­do, en un encuentro, preferimos el inocente: "Buenos días. Linda mañana, ¿verdad?"

Mas la plática social que nada expresa en particular, salvo vagos sentimientos de amistad hacia nuestro interlocutor, que suprime a la vez la molestia de un embarazoso silencio, es tan sólo una de las formas en que suele realizarse el trueque de rumores. Hay sobrados rumores y chismes que distan de ser ociosos: son profundamente in­tencionales, apuntan a un fin determinado y sirven a importantes objetivos emocionales. La exacta naturaleza de estos fines no sabría decirla ni el portador ni el receptor. Saben solamente que el chisme, o lo que sea, les resulta interesante. En forma en cierto modo miste­riosa parece aquietarles una incertidumbre intelectual y una ansiedad personal.

Admitido que la circulación de rumores es siempre un problema social y psicológico de gran magnitud, lo es en especial modo en momentos críticos. Cuando quiera que haya tensión en el ambien­te social, tórnase realmente virulenta la difusión de noticias falsas. En tiempos de guerra, los rumores minan el espíritu de resistencia, o lo que llamamos comúnmente moral, y amenazan la seguridad nacio­nal al hacer cundir innecesariamente la alarma o crear esperanzas extravagantes. Amenazan la seguridad y el secreto de la información militar y, lo que es más ruinoso de todo, esparcen el virus de la hostilidad y el odio contra subgrupos sociales leales dentro de la misma nación. En los años de la posguerra, los rumores destinados a crear tirantez y confusión son tan sólo en un grado ¡menores por sus efectos perniciosos.

Fue el problema de los rumores de tiempos de guerra el que nos indujo a emprender las investigaciones de carácter experimental cu­yos resultados hallará el lector en este libro. Mas a partir del momen­to que comenzamos a interpretar nuestros experimentos desde el punto de mira de la circulación de rumores tanto en tiempo de gue­rra como en tiempo de paz, nos sorprendió sobremanera la falta de un análisis sistemático del tema en los tratados de psicología so­cial. Hasta hoy, nadie parece haber intentado presentar una relación unificada y coherente de los fenómenos primarios del rumor. De ahí que nos hayamos visto en el compromiso moral de reunir en forma de texto básico toda información pertinente vinculada con este im­portante fenómeno social.

Por ningún concepto ha de considerarse al rumor como mera rareza, como divagación curiosa pero trivial de la por otra parte sensata conducta social del individuo. Muy por el contrario, el prin­cipio del rumor resulta ser de aplicación muy amplia. Su caracte­rístico itinerario de deformación en el recuerdo o reviviscencia, en el olvido, en la imaginación y el llamado dispositivo de "racio­nalización" que nos proporciona pretextos (convertibles en razones) suficientes, sigue precisamente la misma distorsión que la mayoría de las comunicaciones entre la gente. Tomemos, por ejemplo, las le­yendas. Las leyendas son historias de hazañas y sucesos que sirven de foco para el orgullo cultural y la tradición de una familia, tribu o nación. Los motivos fijadores de las leyendas, los cambios que estas .sufren a través de los años y las épocas, son básicamente los mismos que hallamos en la circulación de efímeros rumores. En la deposi­ción de testigos en la sala de audiencias de un tribunal, en el relato de una experiencia a nuestros amigos, en el chiste y la autobiografía, en los proverbios, en los aforismos, en la biografía, al escribir la historia y en la propia creación artística obra igual principio que en la común deformación del rumor. Las tendencias a nivelar, a acen­tuar, a asimilar ¡os contenidos personales y culturales funcionan en todas las formas de comunicación humana que no estén rígidamente constreñidas por normas de verdad objetivas e impersonales.

Aun cuando en los sucesivos capítulo trataremos de señalar las aplicaciones más amplias del principios del rumor, nuestra atención se centrará en aquellas "proposiciones para creer" que se denominan comúnmente rumores. Al contrario la mente del lector en una serie de ejemplos tomados de este último aspecto del rumor, abrigamos la esperanza de que llegue a familiarizarse tan íntimamente con las re­glas relativas, que le será fácil aplicarlas a todas las formas afines de las intercomunicaciones humanas.

Un rumor, en la acepción con que todos nosotros emplearemos el vocablo, es una proposición específica para creer, que se pasa de per­sona a persona, por lo general oralmente, sin medios probatorios seguros para demostrarla.

Al pasar un rumor, siempre se supone que sea, transmitiendo un hecho cierto. Y esta presunción vale aún cuando el relator pro­logue el runrún con la advertencia: Hay que tomarlo como rumor, pero me han dicho que.. .".

El medio de transmisión es, según hemos dicho, generalmente de boca en boca, aunque no es raro que un rumor aparezca impreso en un periódico o se lo oiga en la radio. Empero, los responsables de publicaciones periodísticas y estaciones radiales están aprendiendo a desconfiar de informes obtenidos de oídas y, sobre todo, a evitar la propalación de rumores. Por otra parte, los folletos infamatorios y calumniosos y el sector irresponsable de la prensa son bien conocidos como difusores de historias dañinas.

Nuestra definición quiere atraer la atención sobre el hecho de que ei rumor es comúnmente de carácter específico y limitado y, por esa misma razón, es generalmente de interés temporario. Los rumores vienen y van; a veces, algunos vuelven a ¡a circulación por segunda y tercera vez, mas estos casi siempre tratan de sucesos o de persona­lidades. Al protagonista se lo identifica en el rumor: la señora X, un actor de cine, los rusos, el forastero que acaba de mudarse a la casa de enfrente, un mandatario, una oficina del gobierno, son blancos tí­picos de rumores. Se dan pocos chismes y hablillas donde las vícti­mas no eítén claramente definidas. Y pocos son también los que de­jan de especificar claramente el carácter de la acción o la circunstancia que provee el tenor del chisme. Relaciones verbales de sucesos, mur­muraciones, calumnias y predicciones promisorias o de mal agüero de sucesos inminentes son algunas de las formas concretas que sue-¡e tomar el rumor.

La característica focal de nuestra definición es la insistencia con que el rumor prolifera en ausencia de pruebas indubitables. Siguien­do esta norma, es posible discernir entre rumores y noticias, entre "'consejas de viejas" y hechos científicos, demarcando así la creduli­dad del conocimiento. Es claro que no siempre nos es dado juzgar a simple vista si estamos en presencia de una "prueba indubitable". Y por esa misma razón, no siempre sabemos si estamos escuchando la relación de un hecho real o de un engendro de la fantasía. Una noticia fechada, presentada a todos los lectores de un diario de reputación intachable puede tomarse, por lo común, por "prueba indubitable". Empero, cuando al contar a un amigo la noticia leída, me aparto del texto que he visto impreso, se inicia el rumor. Si mi relación oral sigue, en sustancia, estrictamente lo impreso, no habría rumor —a menos que, desde luego, la noticia origina! haya partido de un infun­dio, y sea, en sí, un rumor.

Así, pues, con el objeto de acertar si lo que estamos escuchando es rumor o relato de un hecho verídico debemos atender si el he­cho enunciado por el relato es de evidencia próxima o remota, accesible o inaccesible. En el rumor, el nexo de comprobación ha des­aparecido o casi. A menudo se ha reducido a algo tan insubstancial como el consabido "Me han dicho...". Sobre todo cuando el ele­mento de "prueba indubitable" está representado por la impersonali­dad de un vago pronombre (sin un antecedente claramente determi­nado), ha de ponerse uno en guardia contra el rumor. Lo mismo acontece en aquellos casos en que el testimonio es elusivo, como en la fórmula familiar "Lo sé de buena fuente.. .'".

Puesto que los elementos de prueba coexisten con el informante, nos vemos a veces obligados a juzgar si el informante sabe realmente de qué está hablando. Podemos sentirnos casi seguros de que un hombre de ciencia que nos habla de su especialidad no nos va a trans­mitir un simple rumor. Nuestro médico estará menos propenso que nuestros amigos legos a creer o pasar rumores de curas mágicas o de epidemias improbables. Un veterano de Okinawa estará menos dis­puesto que otros a creer o transmitir versiones antojadizas de la bata­lla que se sostuvo en esa isla durante la segunda guerra mundial, aun cuando nos consta que hasta los propios veteranos suelen dar libre curso a su imaginación al relatarnos episodios de guerra. Todos con­tamos con normas seguras, o relativamente seguras, cuando se trata de juzgar en asuntos de nuestra especialidad. Mas a un extraño le resultará a menudo difícil juzgar el grado de nuestra experiencia e imparcialidad de juicio.

En la mayoría de las cosas, todos somos inexpertos y precisa­mente en relación ál grado de inexperiencia somos susceptibles al ru­mor. No disponemos ni del tiempo ni de la paciencia para colacio­nar lo que oímos con elementos de prueba indubitables, aun cuando tales elementos existan y los tengamos a mano. Y siendo así. nuestra más segura defensa contra el rumor será un escepticismo generaliza­do frente a toda información verbal. Por nuestra parte, confiamos acrecentar aún más en nuestros lectores este sano escepticismo.

Al reunir el material de esta obra, nos hemos valido de la nota­ble experiencia de R. H. Knapp, quien en el período inicial de la pasada guerra encaró el problema de los rumores para la Comisión de Seguridad Pública de Massachusetts. Debemos a Ada y Robert Allport y a Dorothy L. Postman una constructiva crítica del manus­crito. Esta última, como así Sylvia B. Korchin y Lorraine Lerman, ayudaron a los autores en la preparación del manuscrito. En la ob­tención de las ilustraciones debemos mencionar la generosa colabo­ración del doctor Arnold Weinberger, del señor Ross E. Taggart, de la señora A. Raphel Salem, de la Biblioteca Houghton y del doctor Jacob Rosenberg. del Fogg Art Museum de la Universidad de Har­vard. Conste nuestro agradecimiento a la señora Eleanor D. Sprague por su cooperación en la preparación de los textos y al señor Charles Wardsworth por haber dibujado las láminas utilizadas en calidad de "estímulos"' en los experimentos sobre el rumor.

G. W. A. L. P.

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