Rumor cap 1
Capítulo I
POR QUÉ CIRCULAN LOS RUMORES
Dos son las condiciones básicas necesarias para que un rumor prenda en la mente de la gente y, valga la expresión corriente, corra: primero, el asunto del cuento deberá revestir cierta importancia, tanto para el que lo transmite como para el que lo escucha; luego, los hechos reales han de estar revestidos de cierta ambigüedad. Esta ambigüedad, según haremos notar más adelante, puede ser inducida por la ausencia o parquedad de noticias, por su naturaleza contradictoria, por desconfianza hacia ellas, o por tensiones emocionales que tornan al individuo incapaz de aceptar los hechos revelados en las noticias oficiales, o reacio hacia ellas.
Debemos recordar que, desde luego, en el rumor hay muchas veces un "grano de verdad'', pero en el curso de su transmisión de boca en boca se lo ha recargado de adornos, obra de la fantasía, que rinden aquella base inicial irreconocible y, por ende, difícil de separar del resto. En las voces que circulan como rumores es casi siempre imposible decir con precisión cuáles son los hechos primarios, ni si tales hechos han existido en algún momento.
LEY BÁSICA DEL RUMOR
Las dos condiciones esenciales de importancia y ambigüedad parecen estar relacionada; con la transmisión del rumor en una manera grosso modo cuantitativa. Podríamos sentar una fórmula para medir la intensidad del rumor, a saber:
R ~ í Xi
Traducida en palabras, la fórmula significa que la cantidad del rumor circulante variará con la importancia del asunto para los individuos afectados, multiplicada por la ambigüedad de la prueba o testimonio tocante a dicho asunto. La relación entre importancia y ambigüedad no es aditiva sino multiplicativa, puesto que con importancia o ambigüedad igual a cero, no hay rumor.
Por ejemplo, no podría esperarse que un ciudadano de los Estados Unidos fuera a pasar rumores relativos al precio de los camellos en Afganistán, puesto que el asunto carecería de interés para él, aunque es en verdad ambiguo. No estará tampoco dispuesto a esparcir chismes sociales de alguna aldea albanesa, porque nada le importará lo que allá hagan. La ambigüedad, por sí sola, no es bastante para lanzar a la circulación un rumor y sostenerlo.
En el mismo caso se halla la importancia. Aun cuando un accidente de tránsito sería sin duda de gran importancia para mí, no seré yo susceptible a rumores vinculados con la gravedad de mis lesiones porque conozco los hechos. Si recibo un legado y tengo conocimiento de su monto, me resistiré a dar crédito a los rumores que lo exageren. En las guerras, los militares de alta graduación son menos susceptibles a los rumores que el simple recluta, no porque los acontecimientos esperados sean para ellos menos importantes, sino porque, por norma, están aquellos más al tanto de planes y estrategias. Donde no hay ambigüedad no puede medrar el rumor.
En tiempo de guerra, según echaremos de ver más adelante, las condiciones para la proliferación de rumores son óptimas. Los sucesos militares son sumamente importantes. Sin embargo, el secreto militar, junto con la natural confusión de una nación en armas y los movimientos imprevisibles del enemigo, ayudan a crear una profunda ambigüedad en aquellos asuntos que nos conciernen precisamente en mayor grado.
La ley que acabamos de sentar responde altamente a estos enunciados. Coexisten empero ciertas condiciones bajo las cuales no es tan rígidamente matemático el resultado de la fórmula. Si una población es tenida bajo férrea vigilancia, digamos bajo la Gestapo, y si se establecen graves penalidades por el delito de hacer circular rumores, indudablemente la gente, en mayor o menor grado, se abstendrá de hacerlo.
Además, como el rumor avanza únicamente en un ambiente de mentalidades semejantes, en una población sumamente heterogénea: de escasas vinculaciones entre sus grupos componentes, el rumor puede detenerse en las fronteras sociales y gozar por ello de poca circulación (véase más adelante "Rumores Públicos").
Existe aún otra razón por la cual la ley enunciada puede permanecer inoperante. Sucede a veces que tan pronto un individuo advierte qué es lo que lo hace comportarse de determinado modo, tuerce el rumbo y comienza a obrar de diferente manera. Parecería como sí al avisarse de que procede como un autómata, el hombre se libera de la necesidad de serlo. Así, pues, algunos estudiantes de psicología, al descubrir que tenían tal o cual amaneramiento objetable, lo han abandonado inmediatamente. O bien, al disponerse a observar si los efectos de una impresión cualquiera corresponden a la predicción científica del psicólogo, hajlan que la emoción carece de intensidad y reacciones naturales. De parecido modo, la persona "'advertida" de las triquiñuelas de los rumores, que comprende cuánto más fácilmente es capaz de creer y pasar un rumor dándose las dos condiciones de importancia y ambigüedad ya citadas, será por esa misma razón menos susceptible a ellos.
No sería exacto sentar la conclusión de que el estar prevenido, o un criterio crítico de discriminación, cura de por sí, automáticamente, iodos nuestros malos hábitos y nos confiere, súbita e ilimitadamente, el dominio de nuestro arbitrio. Queda, empero, esta verdad, insuficientemente tenida en cuenta por los psicólogos: que el conocimiento de cómo funciona una ley, a menudo altera, y a veces niega, la ley en cuestión.
En este hecho —el que la gente "prevenida" es menos propensa a caer víctima de rumores— tenemos la justificación del inmenso trabajo realizado durante la guerra última por psicólogos, periodistas, emisoras radiales y editores. Contamos aquí con un argumento más en favor de la inclusión de un estudio básico del rumor en los programas de estudios sociales en escuelas y colegios. Los jóvenes conocedores de la ley que rige los rumores habrían de estar capacitados para defenderse en muchas situaciones donde el testimonio es inseguro. Habrá de ponerse sumo cuidado, empero, en que la cautela y el sano escepticismo no degeneren en un negativismo desprovisto de todo criterio crítico. El suspicaz en demasía puede llegar a una desconfianza sistemática hasta de las informaciones mejor documentadas.
MOTIVOS DE LA CIRCULACIÓN DE RUMORES
Cuando decimos que el rumor no circula a menos que el asunto encierre el factor importancia para el individuo que lo oye y lo transmite, estamos llamando la atención sobre el factor motivador en el rumor. Cualquier necesidad humana puede impartir movimiento a un rumor. El interés sexual monopoliza buena parte de la chismografía y la mayor parte del escándalo corriente; la ansiedad y el miedo son los estímulos ocultos de las historias macabras y los malos presagios que tan a menudo oímos; la esperanza y el deseo están en la base de los rumores "rosados"; el odio sostiene los cuentos acusatorios y calumniosos.
En agosto de 1945, circuló un rumor acerca de que Rusia acababa de declarar la guerra al Japón sólo porque aquella había recibido en cambio el secreto de la bomba atómica. Quienes creían y difundían el rumor eran gente que detestaba a los rusos y, tal vez en grado apenas menor, al gobierno de Washington. Un encono diabólico había motivado el rumor. Mas en lugar de decir derechamente: "yo odio a los rusos" u "odio a los Demócratas", el divulgador se aferró a una especie que le serviría para aquietar, justificar y explicar su tensión emocional subyacente. Es importante notar aquí la compleja finalidad al servicio de la cual se pone el rumor. Al permitírsele a uno agraviar al objeto .odiado logra aliviar un impulso primario. Mas al propio tiempo —en el mismo instante— le sirve para justificarse con su propia conciencia por sentir lo que siente, y explicarse a sí mismo y explicar a los otros por qué siente lo que siente. De modo, pues, que el rumor se coloca sobre una base racional en tanto descarga una pasión. "¿Por qué no he de odiar a Rusia? Si vino en nuestra ayuda sólo al precio de un enorme soborno..." "¿Por qué no he de sentir pánico? Si nuestra flota quedó destruida en Pearl Harbour..." "¿ Por qué no habría de recelar de los judíos? Sor tan sectarios..." "¿Por qué no habría de sentirme superior a mis vecinos? Si yo llevo mi vida de manera mucho más regular que ellos..."
Pero el justificar nuestros estados de ánimo y tornarlos de ese modo legítimos no es la única forma de razonamiento especioso. Aparte la presión ejercida en nosotros por impulsos individuales, buscamos continuamente extraer significado del ambiente que nos rodea. Hay, pues, presión intelectual aparejada a la emocional. Hallar una razón plausible para una situación confusa es en sí un motivo; Y este perseguimiento de una "buena conclusión" (aun faltando el Factor personal) contribuye a demostrar la vitalidad que anima a muchos rumores.[1]
Nosotros queremos saber los porqués, los cómos y los cuándos del mundo que nos rodea. Nuestras mentes se rebelan al caos. Ya en la niñez comenzamos a preguntar por las razones de las cosas. Y este empeño en busca de explicación" abarca mucho más que nuestra tendencia impulsiva para proveer espurias bases racionales y justificar nuestros estados de ánimo contingentes. Surgen rumores curiosos. Un extraño cuya ocupación es desconocida para el pueblecito donde va a residir, engendrará una nutrida variedad de leyendas para explicar a las mentes curiosas el motivo de haberse mudado a ese pueblo. Una excavación de características singulares en cualquier localidad inspirará toda suerte de explicaciones fantásticas de su objeto. La bomba atómica, escasamente comprendida por el público, engendra un fuerte empeño en busca de explicación.
En resumen, los rumores suelen descargar la tensión emocional inmediata al proveer una salida verbal capaz de traer alivio; ellos protegen, a menudo, y justifican la existencia de estos estados de ánimo, los cuales si, encarados de frente, podrían resultar inaceptables al mismo que los abriga, contribuyen a veces a conferir una más amplia interpretación de aspectos intrincados del mundo circunstante. y juegan así una parte importante en el esfuerzo intelectual enderezado a tornar inteligible el ambiente en que vivimos.
Esta triple dinámica rara vez, si alguna, es comprendida por el divulgador de rumores. El no sabe por qué cierto runrún parece interesarle intensamente y merece una urgente y amplia difusión. Ni siquiere advierte la amplitud con que él mismo se refleja en las voces que difunde, puesto que no comprende el mecanismo del fenómeno de "proyección".
PROYECCIÓN
Cuando el estado' de ánimo de una persona se refleja, sin que él lo sospeche siquiera, en su interpretación del mundo que lo rodea, acontece lo que llamamos proyección* Al hacerlo, deja de emplear, en la explicación de la realidad que lo rodea, elementos de prueba imparciales y objetivos.
En los sueños es donde más se patentiza el fenómeno de la proyección. Sólo al volver al estado de vigilia reconocemos que los móviles de lo acaecido con nuestra imaginación durante el sueño han sido nuestros íntimos deseos, nuestros temores o nuestra sed de venganza. El niño duerme y sueña con montañas de dulces; el joven enclenque sueña con triunfos en los campos de juego; la madre aprensiva sueña que se le ha muerto el hijito.
Los ensueños o divagaciones en estado de vigilia participan asimismo del fenómeno de la proyección. Arrellanados en un sillón, dejamos que nuestra mente cree acontecimientos cristalizadores de esperanzas, deseos y temores.
En alas de la fantasía, nos vemos prósperos, triunfadores, satisfechos, o a veces derrotados y arruinados, según sea nuestro temperamento o el estado de ánimo que en la ocasión gobierne la línea "asociacional" de nuestro pensamiento.
El rumor es afín a la divagación ensoñadora en segundo grado. Si la especie que oímos nos proporciona una interpretación caprichosa de la realidad que sea agradable para nuestra vida secreta. nos inclinamos a creerla y transmitirla.
En el ejemplo siguiente, Karl Menninger (1930) demuestra cómo un ignorado elemento del deseo puede simultáneamente impulsar y encauzar un chisme:
La Sra. Adams a la Sra. Beck: -¿Dónde está la señora King hoy? ¿Está enferma?
La Sra. Beck a la Sra. Clark : —La señora Adams dice si no estará enferma la señora King.
La Sra. Clark (quien le tiene antipatía a la señora de King) a la Sra. Davis (quien la aprecia): —Me dicen que la señora de King está enferma. ¿No será grave, no?
La Sra. Davis a la Sra. Ellis: —Dice la señora de Clark que la señora de King está enferma de cuidado. Tengo que ir allá a ver cómo está, en seguida.
La Sra. Ellis a la Sra. French: —Parece que la señora de King está muy enferma. Acaban de llamar urgentemente a la señora de Davis.
La Sra. French a la Sra. Gregc: — Dicen que la señora de King está muy grave y desesperan de salvarla. Han llamado a los parientes.
La Sra. Gregg a la Sra. Hudson : — ¿ Qué se sabe de la señora de King? ¿Ha muerto ya?
La Sra. Hudson a la Sra. Ingham: —¿A qué hora murió la señora de King? ,
La Sra. Ingham a la Sra. Jones: —¿Usted va a ir al funeral de la señora de King? Me han dicho que murió ayer.
La Sra. Jones a la Sra. King: — Acabo de enterarme de que había usted muerto e iban a sepultarla. ¿Quién diantre ha echado a rodar la patraña?
La Sra. King: — ¡Oh, a cuántos no les daría un alegrón si fuera cierto!
Como ejemplo un tanto más complejo de proyección, vamos a tomar un rumor que circuló durante la segunda guerra mundial. La mayoría de los rumores registrados en esta guerra, eran rumores hostiles preñados de acusaciones calumniosas contra algún grupo étnico o social determinado de los Estados Unidos: los judíos, los negros, los católicos, la administración estatal, el ejército, la marina, la Cruz Roja, o los países aliados, sobre todo Gran Bretaña y Rusia. Aun cuando afectada por una lógica más intrincada, parece posible que, también aquí, la dinámica de la proyección haya activado la circulación de estos rumores.
Supongamos que una señora dijera a su vecina por el fondo de la casa (y muchas lo hacían) :
"Me han dicho que en el Campamento X tienen tanta carne que echan reses enteras a los carros de basura."
¿Qué móviles podrían impulsar a esta señora? Veamos
En primer lugar, la carestía de la carne era asunto de importancia para ella y su hogar. Además, la prueba en este caso era ambigua; no estaba ella en situación de conocer los hechos reales. Y lo que cuenta aún más, veíase positivamente perjudicada por la escasez de carne y frustrada en la preparación de las comidas para su familia. Al sentirse frustrada, no se le escapa que ha de ser a causa de algo. De ahí que en su afán por hallar una explicación se empeñe por dar con el origen del mal. Desde luego, podría echarle la culpa al enemigo, pero este está no solamente lejos, sino que sus ruindades se le presentan en escala tan grande y abstracta que no se le ocurriría siquiera la posibilidad de achacarle sus inconvenientes inmediatos y concretos. Por otro lado, si se la repartiera mejor, ¿no podría haber bastante carne para todos? Tal vez ha conocido a oficiales del ejército irresponsables y egoístas, o no le satisface cómo tratan a su hijo en el ejército. Sea como fuere, surge de por ahí un canalla, real, cercano, con traza que invita a acusarle, y estará representado en él e! entero ejército y la causa de la carestía de carne. Es así cómo logra ella explicarse el mal y fijar la culpa. A este proceso se le ha llamado protección complementaria. La proyección complementaria no es atribuir a otra gente nuestros propios sentimientos y estados de ánimo, sino más bien encontrar en la supuesta conducta de cierto prójimo una explicación "razonable" de nuestros propios sentimientos. (Es precisamente de este modo, para citar un caso extremo de proyección complementaria, cómo el paranoico, emponzoñado por la suspicacia y el odio, acusa a otros de conspirar en su contra.)
Pero tal vez nos falte aún algo para explicarnos enteramente la murmuración de esta mujer. Supóngase que ella hubiera dejado de guardar las grasas producidas en la cocina (como se lo pedía a la sazón el gobierno), supóngase que hubiera defraudado un poco reteniendo cupones de racionamiento al comprar carne, o hecho compras en el mercado negro: siendo en el fondo una ciudadana decente y animada de un sincero patriotismo, no habrá podido acallar una voz de remordimiento. ¡O acaso sí! (Mucha gente está en paz con su con- ciencia y, a fin de conseguirlo, cae. al menos ocasionalmente, en la trampa de la proyección directa.)
La proyección directa (no confundir con la complementaria) de nuestra culpabilidad es una de las armas misteriosas que la naturaleza ha dado al hombre para ahorrarle los tormentos de la conciencia. Emerson lo señalaba al escribir: "Lo que llamamos pecado en nuestros semejantes llamamos «experimento» en nosotros". Pecados cometen los demás; no nosotros. (O. si pecamos, cuan insignificante es nuestra falta comparada con la perversidad de los otros.) Ahora, esta buena señora, sin sospecharlo siquiera, puede haber acallado la voz de su conciencia, diciendo: "¿Por qué he de sentirme culpable? ¿Qué importancia tienen mis inocentes contravenciones a las reglamentaciones alimentarias? Miren un poco, el ejército echa a perder reses enteras. Lo mío no es nada en comparación".2
Existen también pruebas experimentales concernientes a la importancia de la evasión de la propia culpabilidad en la creencia de rumores. Allport y Lepkin (1945) descubrieron que la gente que creía ciertos tipos de rumores relacionados con despilfarros y privilegios especiales en la OPA tenía marcada propensión a confesar escamoteos en sus raciones alimenticias y negar a la vez sentirse culpable o avergonzada por haberlo hecho. Por otra parte, entre gente que admitía el escamoteo y confesaba sentirse avergonzada de ello, no era tan marcada la tendencia a creer en rumores acerca de la mala conducta de otros. En conclusión, cuando creemos lo peor, respecto de otros, estamos tratando de huir de nuestra conciencia acusadora. Si nos hacemos cargo de nuestro pecado, entonces es menor la susceptibilidad al rumor.
En los experimentos de Frenkel-Brunswick y Sanford (1945) tenemos otra confirmación de este mismo principio. Hallaron estos investigadores que en un grupo de universitarias abiertamente antisemitas existía una tendencia a eludir la culpa y responsabilidad por sus propias faltas. Recíprocamente, en un grupo de estudiantes imparciales en este aspecto había una marcada tendencia a la "intropunidad", esto es, a admitirse culpables por la- desdichas y los fracasos propios. Quienes rehusan arrostrar sus propias faltas buscan víctimas propiciatorias; aquellos que reconocen sus propias flaquezas no parecen haber menester de tales recursos.
GENERALIZACIÓN DE LA FÓRMULA DEL RUMOR
A esta altura de nuestro estudio podemos, pues, formular la siguiente recapitulación:
El rumor es lanzado y continúa su trayectoria en un medio social homogéneo, en virtud de activos intereses de 1¡os individuos que intervienen en su transmisión. La poderosa influencia de estos intereses exige que el rumor sirva ampliamente como elemento de racionalización: esto es, explicar, justificar y atribuir significado al interés emocional actuante. A veces, el vínculo interés-rumor es tan íntimo, que nos permite describir el rumor como la proyección de un estado emocional completamente subjetivo.
Consignada así la estrecha vinculación entre ti rumor y situaciones emocionales subjetivas, volvamos a nuestra fórmula:
R ~ i x a
Este método de análisis semeja mucho al que preconizó McGre-gor (1938) para el estudio de la influencia del deseo sobre el pensamiento 3al formular predicciones. Uno de los experimentos del autor consistió en preguntar a un grupo de personas, en 1936, si creían que Hitler estaría en el poder un año después. Alrededor del 95 % respondió afirmativamente. Se les preguntó asimismo, a dichas personas, si eran personalmente afectas a Hitler: la mayoría lo odiaba. El factor importante aquí era que la aversión que sentían los sujetos por el dictador no afectaba a sus predicciones porque era escasa la ambigüedad de la situación planteada. La posición de Hitler en Alemania era a la sazón firme. Por otra parte, se pidió a los mismos sujetos vaticinar acerca de la posibilidad de que Eduardo VIH de Inglaterra anunciara sus bodas dentro de ese mismo año, y si el rey debería casarse. De los contrarios al casamiento del rey, 32 % predijeron en sentido afirmativo, en tanto que de aquellos que lo propiciaban, 80 % respondieron que "sí" se casaría. Por la época de esta encuesta las noticias acerca de los planes para las bodas del rey eran muy ambiguas y contradictorias. Sin una prueba objetiva que la oriente, la mayor parte de la gente formula sus conjeturas de acuerdo con sus predilecciones subjetivas.
McGregor escribe "...la influencia de factores subjetivos sobre el sentido de la predicción está circunscrita al grado de ambigüedad de la situación que provoca el estímulo, pero también por la importancia, para el vaticinante, de los hechos implicados. Si la importancia o la ambigüedad fuera igual a cero, la influencia de los factores subjetivos sobre la predicción sería, presuntivamente, cero. En el caso anterior no habría deseos capaces de influir en la predicción, y el vaticinante no haría sino registrar... la ambigüedad de la situación existente provocadora del estímulo. Si la ambigüedad hubiese sido cero, por otra parte, la situación provocadora del estímulo hubiera sido totalmente coercitiva. Incluso un deseo intenso resultaría inoperante".
La obra de McGregor nos conduce a formular la conclusión de que el rumor sigue una ley aún más generalizada de psicología social, que podría enunciarse como sigue: La deformación emocional subjetiva en la percepción e interpretación del medio ambiente puede ocurrir sólo en relación directa a los efectos combinados de importancia y ambigüedad.
La proyección y la gravitación del deseo en el pensamiento no son tendencias ilimitadas. Operan ellas únicamente si se lo permiten las circunstancias. La gente fortalecerá sus deseos con falsas creencias, "racionalizará", "proyectará" y hará correr falsos rumores, solamente en proporción a la ambigüedad del asunto y a la importancia que para ellos revista.44
De este modo el rumor, visto como una de las formas menos racionales de la actividad social, se revela como fenómeno circunscrito. Al igual que en el "wishful thinking" (el pensar lento al servicio del deseo) en el experimento de McGregor, medra únicamente cuando gravitan sobre él las complicaciones del "yo" y cuando la prueba objetiva o el conocimiento no pone frenos racionales al juicio y p' timonio.
En este aspecto, es menester recordar asimismo que . ^os rumores parecen delatar una sed intelectual más bien que una necesidad emocional. Puesto que la gente es curiosa y quiere saber, se plantea una condición de importancia. Pero como no sabe, y puesto que encuentra el asunto en cuestión ambiguo, es susceptible al rumor. Las peregrinas historias que nos cuentan los niños acerca de sus interpretaciones de los actos de la naturaleza, de la mente y de Dios, participan de este carácter de rumores de "curiosidad". Mitos y leyenda?, aunque no siempre exentos de tendencia emocional, también se presentan a menudo como versiones primitivas de atisbos científicos. En conclusión, el "esfuerzo en busca de explicación" puede por sí sólo constituir el factor de "importancia" subyacente en la difusión del rumor (o mito). Las necesidades importantes no son exclusivamente viscerales: pueden ser también intelectuales.
MOTIVOS SECUNDARIOS EN LA CIRCULACIÓN DE RUMORES
No sería exacto afirmar que cada difusor individual de rumores es movido por el cuadro dinámico que acabamos de describir. En ciertos casos, el móvil puede ser muy especial y no llevar ninguna relación temática con el cuento propalado. Por ejemplo, el que pasa un rumor puede tan sólo buscar atraer la atención de los circunstantes. "Yo sé algo que ustedes ignoran", es a menudo el preámbulo que un niño pone al relato de una especie. Estar "'al tanto" halaga el amor propio. Al referir un chisme, está uno momentáneamente en posición de dominio frente a los circunstantes. Ln placer de esta índole puede incluso resultar irrenunciable para individuos cuya vida carece de color y variedad. Además, el portador de rumores puede hallarse así en situación de hacer mi favor a algún amigo amante de comidillas de escándalo, o que tiene alguna debilidad por historias macabras de muertes y desastres. Aun cuando él mismo sea indiferente al chisme, lo refiere para delectación de su amigo.
En otro orden de cosas, una persona puede considerar conveniente llenar un silencio embarazoso en el curso de una conversación repitiendo algo que acaban de relatarle. Gente a la que dejan indiferente las tendencias emocionales implicadas en un rumor puede, no obstante, pasarlo. Ln intercambio social así carente de sentido alguno no bastará por sí solo para justificar la existencia o forma del rumor, pero servirá espléndidamente para salvar un "punto muerto" en su itinerario.
En tiempos en que los Estados Unidos estaban aún en guerra con Italia, se descubrió que el 25 % de los miembros de cierta comunidad italoamericana escuchaba regularmente Radio Roma y transmitía a sus vecinos la propaganda del eje. A primera vista, parecía que debiera haberse puesto seriamente en duda la lealtad de ese grupo. Pero pronto se halló que el motivo de tal situación era simple, y exento de complicaciones. Las familias cuyo? aparatos receptores eran lo suficientemente poderosos como para sintonizar la transmisora italiana, gozaban de mayor prestigio en el seno de la comunidad, y, para mantener este prestigio, se tomaban el trabajo de escuchar los programas y se sentían orgullosos de poder pasar las "'noticias" a sus envidiosos vecinos.
RUMORES DE "DESENLACES ESPERADOS"
La circulación de rumores llega a un punto frenético cuando el público espera la realización de un acontecimiento largo tiempo anhelado. El frenesí se acentúa por la entrada en escena de la prensa y la radio. El armisticio de 1918 fue precedido de un falso anuncio en los diarios, cuatro días antes de la fecha real. En
Hallamos aquí él poderoso factor dinámico de la anticipación en la vida mental del individuo. Cuando luego de una larga, larguísima espera falta colocar una sola pieza para completar el rompecabezas, todos nos ponemos "expectantes" y dispuestos para el final. Nos conducimos aquí como animales que, al recorrer un laberinto para alcanzar el punto donde han de hallar el cubo del pienso, al acercarse a la meta de su intrincado itinerario experimental, aprietan el paso. Al igual que ellos, tenemos nosotros nuestro "final precipitado". Ni aquellos que han adquirido una disciplina en la recolección y distribución de noticias saben esperar, según lo demuestra lo ocurrido con la United Press la víspera del ya citado día V-J:
UN FALSO COMUNICADO URGENTE ORIGINA CELEBRACIONES PREMATURAS
A las 21.34 del pasado domingo, la United Press difundió el siguiente comunicado por sus líneas de teletipos:
Urgente:
Washington —Japón acepta la rendición.
Dos minutos después, a las 21.36, se pasó por teletipos este segundo comu nicado:
Urcente
editoes:
Detengase anterior comunicado urgente.
Pero el boletín había sido pasado a las estaciones de radio e, inmediatamente, las sirenas y silbatos habían empezado a sonar en toda Nueva York.
Los gerentes de muchas salas cinematográficas habían hecho interrumpir la exhibición de las películas para anunciar la "noticia" y miles de ciudadanos se volcaban en las calles para tomar parte en las anticipadas celebraciones.
A las 21.40, la U. P. distribuía el siguiente boletín:
Editores:
Nuestras oficinas de Washington anuncian no haber enviado boletín urgente transmitido a las 21.34 por las líneas arrendadas por nosotros. Estamos investigando descubrir origen. '
Ya para esa hora, las radioemisoras habían lanzando anuncios urgentes al efecto de declarar falso el anuncio de la capitulación japonesa. Aparentemente, todas las estaciones habíanse basado en el boletín urgente de la United Press.
Mientras tanto, los teletipos de la United Press estuvieron paralizados. Durante 20 minutos no se cursó por ellos una sola palabra.
A las 22.05, la United Press enviaba la siguiente nota:
Editores: Continuamos investigan-de origen boletín Washington, pero no nos ha sido posible determinarlo aún. Publicaremos relación detallada tan pronto nos sea posible.
Los rumores del tipo del "final precipitado" no contradicen los principios descritos, sino que enfocan casos especiales. Un final larga mente anhelado es de la mayor importancia para mucha gente. El
hecho de adelantarse, aunque momentáneamente, una noticia oficial
exacerba la ambigüedad de la situación (¿Se ha producido o no se
ha producido?) Las agencias noticiosas y sus clientes tienen la aten
ción concentrada en el esperado final, y basta tan sólo un adarme de
credulidad para confirmarles y hacerles creer que el desenlace acaba
de producirse.
[1] Experimentamos una "buena conclusión" cuando hallamos explicaciones satisfactorias y cuando se aclara y estabiliza nuestro punto de vista acerca de una situación.
2 Es desde luego muy difícil probar que la gente que pasa rumores acusatorios es ella misma culpable de la falta que atribuye a otros. Sin embargo, es una verdad que surge de la simple observación que la gente parece sentirse ejemplarmente virtuosa al criticar a sus semejantes por faltas que. nos consta, tiene ella misma
3 “Wishful thinking”
4 Los lectores que estén familiarizados con lo que en psicología se denomina "técnicas proyectivas", echarán de ver en seguida la similitud entre rumores y "tests" proyectivos. Estos "tests" están basados en la ambigüedad de los estímulos. Un borrón de tinta es amorfo; por lo tanto, su significado lo aporta el individuo que lo interpreta. En forma similar, el test de apercepción temática produce, sonsaca una historia personal levemente disfrazada solamente si d cuadro productor del estímulo es susceptible de numerosas interpretaciones. A menos que las figuras-estímulos sean altamente ambiguas, el sujeto no las interpretará de acuerdo con sus propias apetencias. Es cuestión seriamente debatida el hecho de si los métodos "proyectivos" empleados corrientemente (incluso las láminas para el test de apercepción temática) son suficientemente eqoívocos.
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